Detrás del hacinamiento de hierros, personas y cemento existe otro Japón. Lo sé. Detrás de la vorágine de tecnología y finanzas existe otro Japón. Lo creo. Un Japón al lado del mar donde se trabaja con sosiego y se comen tostas de chanquetes, como aquí. Donde predominan las buenas personas. Sin embargo todos sabemos que no hace falta ser una mala persona para hacer sufrir a otros. Basta con obedecer los discursos transgeneracionales que nos impulsan a ver a los demás como portadores de una carga de maldición que otro dejó sobre ellos en la línea veterotestamentaria "que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen". Esto determina la exclusión y el desamparo. Sin embargo hay seres humanos que no obedecen ese maligno imperativo sino que son capaces de ver en el otro solo la persona que es. Llena de alegría y de optimismo el triunfo de la ternura y el amor fraternal.