Una agradable sorpresa contemplar esta película rodada entre 1919 y 1921 por el sueco Benjamín Christensen mezclando actores no profesionales (como la mujer que interpreta a María, la tejedora que en realidad era una pordiosera real), actores profesionales y grabados de la época. A eso hay que sumarle la utilización de efectos especiales absolutamente revolucionarios para esos años, que aun hoy resultan sorprendentes y el revolucionario guion que mezcla una extensa investigación del director sobre el tema (Christensen era un fanático de los temas de ocultismo) con audaces secuencias que incluyen desnudos, escenas de torturas y asesinatos con el ojo puesto en ofrecer un espectáculo capaz de llevar gente a las salas sin perder rigor científico, algo que en el cine de hoy se echa en falta. Como curiosidad cabe consignar que Christensen hizo reconstruir todos los elementos de tortura utilizado por los inquisidores teutones ya que los originales están resguardados en museos alemanes.