De nuevo hace su aparición en el western el eterno tema shakesperiano de la mujer indómita, en esta ocasión envuelto en un original trasunto de luchas entre industriales de la peletería. Para que luego se hable de machismo en el cine del Oeste.
Parte la cinta de una buena idea con un arranque brillante, pero pronto se diluyen las expectativas con un guión escasamente inteligible y deslavazado. Para salvarse de la horca por la sentencia de un juez corrupto, Steve (Madison) acepta casarse en la cárcel con la enigmática heredera de una rica empresa de pieles, Julia "Cheyenne" (Fleming), al fin y al cabo "Llevar un anillo es mejor que llevar una soga al cuello". Lo que ninguno podía esperar de este apuesto vaquero es que tomase enseguida las riendas de la situación, empezando por arrancar de las manos de su bella esposa el látigo que, como símbolo de poder, siempre le acompaña (la verdad es que no necesita esforzarse mucho para conseguirlo), y siguiendo luego por neutralizar los manejos de la desleal competencia en el negocio.
Los paisajes que recorre la caravana de las pieles y la ambientación en general salvan un poco la rutinaria dirección de la cinta y el nulo análisis de los personajes. Entre estos destacamos en todo caso a la protagonista, que luce toda su esplendorosa belleza con un rico vestuario que usa incluso en las escenas caravaneras.
Una pena, porque la idea de partida parece que daba para una obra mucho más ambiciosa. De todas formas la película al final resulta distraída.