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Voto de Lafuente Estefanía:
9
Western En 1875, un rudo y vengativo ranchero de Wyoming (James Cagney), que se dedica a la cría de caballos, contrata a un joven que lo ha salvado de morir a manos de unos ladrones de caballos. Pronto surgen desavenecias entre ambos: mientras el ranchero acostumbra a tomarse la justicia por su mano, el joven es partidario de que los cuatreros sean juzgados en los tribunales. (FILMAFFINITY)
7 de agosto de 2020
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y es que resulta mucho más preciso el título original de esta magnífica cinta que el usado por los distribuidores hispanos. Porque el asunto se centra en un hombre, en un hombre malo, Jeremy Rodock (Cagney). Un hombre hecho a sí mismo, ya de vuelta de la vida, rico propietario de un rancho dedicado a la cría de caballos, que aplica sin contemplaciones y cierto regusto la "ley de la horca" a quienes los roban sabedor que "el miedo hace a los hombres honrados", un hombre duro pero que, como los auténticos "duros", tiene también en su faceta sentimental su punto débil.
En un entorno paradisíaco, de lámina de calendario, muy lejos de la ciudad, transcurre prácticamente toda la trama, casi como si fuera un escenario teatral. Unas cuantas cabalgadas en busca de ladrones de caballos hasta el rancho vecino donde vive el que los roba. Y sin embargo, pese a la enorme riqueza del dueño, el rancho es mísero, los obreros viven hacinados, promiscuos, en un barracón sin las mínimas condiciones de higiene. Un ambiente angustioso y angustiante.
Únicamente el detalle del piano, que costó talar montones de árboles llevarlo hasta allí, pone un toque culto y elegante al rancho. Es el piano de la bella Jocasta (Papas), la novia de Rodock que la rescató de su pasado de cantante y pianista de saloon; culta, políglota, delicada como una orquídea griega que viven en un mundo de hombres rudos y violentos. El mayor de todos Rodock, su novio protector, obsesionado "como un lobo en luna llena" con ahorcar a los cuatreros (parece a veces que esté deseando que le roben los caballos), celoso del pasado de Jocasta ... y de quien la mira. Pero también amante hasta el límite por los caballos que cría, "El caballo es esclavo del hombre, pero si lo tratas como esclavo es que no eres hombre", o, como en un momento de celos reconoce, "El que mezcla su sudor con el de un caballo lo acaba queriendo más que ...", dejando significativamente la frase sin terminar. Un hombre duro, sí, pero a la vez tierno. Y será esa ternura que poco a poco sale a la superficie de su personalidad, merced al amor de la antigua corista, al ejemplo del joven Steve (Morrow) que llega del Este para hacerse vaquero, pero también de sus propios remordimientos, la que al final consiga su rehabilitación moral que el guionista homenajea.
Magníficos paisajes muy bien fotografiados y coloreados, ya lo hemos dicho, extraordinaria interpretación de los dos grandes protagonistas Cagney y Papas, con una mención especial para la música, sobre todo el tema central de la obra basado en una preciosa canción popular griega, que redobla la tensión en los momentos de angustia (que hay muchos, como el del único ahorcamiento que se contempla) y la suaviza en las escasas escenas románticas.
Además de la inevitable escena de extracción de una bala con el cuchillo pasado por el fuego, que ejecuta atribulado el joven vaquero ("Alguna vez has sacado el corazón de una manzana. Yo soy la manzana"), merece destacarse en lo sanitario el futuro que Jocasta le vaticina en ese oficio: "Un Don Nadie montado a caballo, con los dientes negros, piojos y huesos rotos".
Pese a la escasa atención que ha merecido "La ley de la horca", la consideramos entre los mejores westerns que hemos visto.
Lafuente Estefanía
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