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Voto de Frank Booth :
9
7,3
6.153
Aventuras. Drama
Karamakate fue en su día un poderoso chamán del Amazonas; es el último superviviente de su pueblo y vive en lo más profundo de la selva. Lleva años en total soledad, que lo han convertido en "chullachaqui", una cáscara vacía de hombre, privado de emociones y recuerdos. Pero su solitaria vida da un vuelco el día en que a su remota guarida llega Evan, un etnobotánico norteamericano en busca de la yakruna, una poderosa planta oculta, capaz ... [+]
27 de mayo de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excepcional y singular largometraje, que, desde el punto de partida de un estudio etnográfico, nos presenta una historia de aventuras por el corazón de las tinieblas. Una obra inaudita y bellísima que trasciende por su feroz crítica política, por su historiografía acurada y por su tributo a las culturas olvidadas. Cine como experiencia iniciática al mundo enteógeno y a los límites borrascosos de la civilización.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La historia se nos explica a través de Theo, un etnobotánico alemán que viaja con su compañero Manduca, un indio rescatado de la esclavitud cauchera y Karamakate, un “mueve mundos” que tras la devastación de su tribu ha sobrevivido solo en medio de la selva. Juntos emprenderán un viaje a través del Amazonas a la búsqueda de la Yakruna, una planta mística, que promete la sabiduría y la curación y que se usa como símbolo de la espiritualidad politeísta de las tribus precolombinas.
A partir de aquí, la película nos muestra una elipse temporal situado 31 años más adelante, el 1.909 dónde Evans, un científico estadounidense vuelve a buscar a Karamatake después de haber leído el diario de Theo, e inicia un viaje espejo del primero. Con la diferencia que el primero termina con Karamatake destruyendo la Yakruna y no ayudando a Theo a sobrevivir al entender que las intenciones del hombre blanco no son fiables. Y, en cambio, el segundo termina con el abrazo de la serpiente, es decir la epifanía de descubrir que el conocimiento debe ser transmitido para poder ser entendido y respetado.
Es innegable que la película tiene un discurrir parecido al del capitán Willard en busca del coronel Kurtz. Pero en este caso el viaje tiene un extraño fragor antropológico que le acerca científicamente al origen de los pueblos, a una meta más exacta y mucho más finalista que Apocalypse Now. Un contexto dónde la guerra no es una imperiosa necesidad teórica sino más bien un horizonte en dónde se confronta el choque cultural entre diferentes formas de interpretar el mundo.
El resultado es un eco de denuncia en dónde no solo se señala la barbarie blanca con los pueblos endémicos de la cuenca amazónica, sino que también resuena a través del negocio subyacente en la explotación de la naturaleza, la religión como sometimiento espiritual y físico, y la ciencia como pulsión violenta que atenta contra los conocimientos ancestrales entre el hombre y su concepto de dios consustancial a la tierra y a sus frutos.
Sus conclusiones nos acercan a la importancia del conocimiento nativo, mostrándonos como es la propia idolatría Occidental quién se cree poseedora de la verdad absoluta, y quién además no tiene ningún interés en conocer las formas de relación entre el hombre y el universo que no pasen por el filtro de nuestro Dios del apocalipsis inmanente y redentor.
Es verdad que la trama se podría considerar falta de autocrítica al pivotar sobre el mito del jardín del Edén mancillado por los malvados extranjeros, así como otros mitos como el del "buen salvaje" y del desvelo del sentimiento de culpa occidental que parece reducir un asunto histórico muy complejo en una forma de turismo ideológico con toda la psicoterapia, desintoxicación de los valores dominantes o penitencia que esta produce.
Pero el metraje desmitifica esta crítica señalando en su moraleja que no es solo la flagelación y el consuelo de algunos reminiscentes saberes arcanos quiénes conquistan la sabiduría humana, sino que más bien es la curiosidad permanente, el respeto y el entendimiento de nuestro entorno.
A este parecer, se le suma una invitación a descubrir la realidad a través de fórmulas de la consciencia alterada, atravesando las puertas de la percepción, no solo como un fatuo divertimento anodino sino más bien como experiencia solventadora de los traumas atávicos remanentes del ser y sus afines culturales.
A partir de aquí, la película nos muestra una elipse temporal situado 31 años más adelante, el 1.909 dónde Evans, un científico estadounidense vuelve a buscar a Karamatake después de haber leído el diario de Theo, e inicia un viaje espejo del primero. Con la diferencia que el primero termina con Karamatake destruyendo la Yakruna y no ayudando a Theo a sobrevivir al entender que las intenciones del hombre blanco no son fiables. Y, en cambio, el segundo termina con el abrazo de la serpiente, es decir la epifanía de descubrir que el conocimiento debe ser transmitido para poder ser entendido y respetado.
Es innegable que la película tiene un discurrir parecido al del capitán Willard en busca del coronel Kurtz. Pero en este caso el viaje tiene un extraño fragor antropológico que le acerca científicamente al origen de los pueblos, a una meta más exacta y mucho más finalista que Apocalypse Now. Un contexto dónde la guerra no es una imperiosa necesidad teórica sino más bien un horizonte en dónde se confronta el choque cultural entre diferentes formas de interpretar el mundo.
El resultado es un eco de denuncia en dónde no solo se señala la barbarie blanca con los pueblos endémicos de la cuenca amazónica, sino que también resuena a través del negocio subyacente en la explotación de la naturaleza, la religión como sometimiento espiritual y físico, y la ciencia como pulsión violenta que atenta contra los conocimientos ancestrales entre el hombre y su concepto de dios consustancial a la tierra y a sus frutos.
Sus conclusiones nos acercan a la importancia del conocimiento nativo, mostrándonos como es la propia idolatría Occidental quién se cree poseedora de la verdad absoluta, y quién además no tiene ningún interés en conocer las formas de relación entre el hombre y el universo que no pasen por el filtro de nuestro Dios del apocalipsis inmanente y redentor.
Es verdad que la trama se podría considerar falta de autocrítica al pivotar sobre el mito del jardín del Edén mancillado por los malvados extranjeros, así como otros mitos como el del "buen salvaje" y del desvelo del sentimiento de culpa occidental que parece reducir un asunto histórico muy complejo en una forma de turismo ideológico con toda la psicoterapia, desintoxicación de los valores dominantes o penitencia que esta produce.
Pero el metraje desmitifica esta crítica señalando en su moraleja que no es solo la flagelación y el consuelo de algunos reminiscentes saberes arcanos quiénes conquistan la sabiduría humana, sino que más bien es la curiosidad permanente, el respeto y el entendimiento de nuestro entorno.
A este parecer, se le suma una invitación a descubrir la realidad a través de fórmulas de la consciencia alterada, atravesando las puertas de la percepción, no solo como un fatuo divertimento anodino sino más bien como experiencia solventadora de los traumas atávicos remanentes del ser y sus afines culturales.