La película nos adentra en la mafia japonesa, los Yakuza, organización criminal que agrupó a los Rônin, mercenarios ambulantes que derivaban de los antiguos samuráis, cuando estos ya no tuvieron cabida en la era moderna. Más allá de la organización, la película trata de sus códigos de honor, que a menudo nos resultan tan extraños a los occidentales. Y francamente, conocerlo me ha parecido muy interesante.

Ahora bien, respecto al hilo narrativo de la película, el hecho de que un americano sesentón acabe prácticamente con todo un clan de los Yakuza, me parece, cuanto menos, osado.

Por otra parte, considero que Robert Mitchum desprende poco carisma y respecto a las coreografías de las batallas, da la impresión de que no estaban dirigidas por Sidney Pollack, sino por algún experto de cine nipón de acción. Lo de los fallos de script en estas escenas, también sorprende (por citar algunos: las heridas de Mitchum).

Para concluir, en cuanto al ritmo pausado de la película, es cierto que va en línea con el cine de Sidney Pollack, como “Memorias de África” (1986) o “La tapadera” (1993)…. Y, además, es un ritmo característico de la década de los setenta, tan divergente en cuanto a temáticas, pero tan similar en cuanto al ritmo de las películas.