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Voto de antonio lopez herraiz:
8
Terror Después de que el joven barón Meinster sufra la mordedura del conde Drácula, para impedir que actúe como un vampiro, su madre decide confinarlo en sus habitaciones. Sin embargo, una joven lo libera sin sospechar las consecuencias de su acción. (FILMAFFINITY)
10 de mayo de 2022
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No todo el monte es orégano ni todo en el arte de cazar chupasangres se reduce a un Conde Drácula, con lo que aquí es donde queda relativamente claro que los propósitos de Hammer Films orbitaban según contasen con la disponibilidad de Christopher Lee para materializar más reyertas entre el bien y el mal en connivencia o bien turnándolo con un Peter Cushing también insustituible como el matachupópteros Van Helsing. Esta vez se juega los cuartos (y el cuello, aún más que de costumbre) para protegerse contra las mordidas del melindroso y seductor Barón Meinster al que aprisiona su madre en la mazmorra de su habitación sin gozar -Siglo XIX- de la posibilidad de pasarse el día jugando a videojuegos o troleando en las redes sociales.
El marrón se desencadena -literalmente- cuando el pre youtuber pionero atado con una cadena de acero por butaca y su sed de sangre como sustitutivo de las bebidas energéticas ha convencido a su nueva seguidora -una maestra más tonta que un zapato, la cargante Yvonne Monlaur- para que lo libere de su sufrido cautiverio. Una vez suelto el barón irá por ahí transformado en murciélago y suscribiendo aldeanas para su canal de tinieblas e inmortalidad.
Juraría que la taberna donde el sagaz Van Helsing otea que hay problemas es la misma que en su primera aventura, pero al margen de eso es evidente un empeño por magnificar moderadamente la acción, los escenarios -esto sí es un castillo, y no la finca rural de Lee en la primera- y esa atmósfera de gélido, rural y terrorífico folklore campesino siempre indispensable en la Hammer, aunque incorporando anecdóticamente la figura del alivio cómico presente en el Dr. Tobler (Miles Malleson).
Un espectáculo estimable en el que Terence Fisher rebasa su propio listón en la obra precedente. Lo único que me falta es ÉL.
La huella icónica delante de la cámara en esta ocasión corre por cuenta de la aviesa y hambrienta sonrisa de Andree Melly.
La resurrección de la otra aldeana a la que aborda Marie Deveraux no es menos espeluznante aunque está lastrada a posteriori por su interpretación vampírica con caretos oligofrénicos.
En fin, me voy a echar un sueño que mañana no es festivo y me levanto temprano.
Hale, bona nit a tots.
antonio lopez herraiz
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