'Viaje al cuarto de una madre' (2018, Celia Rico) fuerza a coexistir dentro de un apartamento minúsculo dos realidades antagónicas condenadas a entenderse: la de los lazos maternofiliales que aportan solidez afectiva a Estrella (Lola Dueñas) -que vive encerrada en sí misma-, y la sensación de asfixia que afecta a Leonor (Anna Castillo), quien reprime el deseo natural de distanciarse de ella. Celia Rico aporta una mirada pausada y gris -en tonos, que no en presteza narrativa- sobre la relación entre una costurera y su hija, dos mujeres adultas que, tras la muerte de su marido y padre, sienten tanto recelo ante la idea de perder su único vínculo afectivo como por la posibilidad de convivir juntas para siempre. A raíz del necesario golpe de efecto, provocado por una separación obligatoria, nace otro enfoque similar al expuesto, en el que se invierten los papeles: el del alejamiento que aporta oxígeno a Leonor, pero oprime (en un comienzo) a Estrella, que anhela la necesidad de que todo vuelva a ser como antes. Al menos hasta que aprende a estar sola.
En definitiva, he aquí que la directora Celia Rico adopta un rictus casi bergmaniano -y sin el casi, qué hostias-, insuflando luz a los silencios, rindiéndose ante dos actrices en estado de gracia que hacen de la frustración y el miedo su segunda piel. A eso hay que sumarle la fortuna de encontrar a Pedro Casablanc abordando un personaje tan entrañable como alejado de su registro habitual.
Probablemente ésta sea la mejor película sobre mujeres que se ha estrenado en lo que va de año junto a 'La enfermedad del domingo' (2018, Ramón Salazar).