Todo tiene un final. Incluso aquello que ni tan siquiera sabías que hubiese alcanzado la esperpéntica -en este caso sí- cifra de seis películas. Y la franquicia del ex marine, ex guardaespaldas y ahora ex conductor de ambulancias Jake Carter -interpret... con la presencia física y el rostro, por cuarta vez, del wrestler The Miz- se despide. Y nadie podrá reprocharle, huelga decirlo, haber sido una franquicia poco transparente al revelar sus limitadas aspiraciones.
WWE Studios, cada vez más plenamente consciente del plato que está cocinando, especialmente desde que 20th Century Fox decidió apagar el fogón, opta por la vía rápida -¿es que hay otra?- y reutiliza la receta -parece que no, pero la hay- de la casa: los tipos equivocados en el lugar erróneo, puñetazos, terrorismo, secuestros y cosas que van explotando. La única distinción frente a los capítulos que preceden a éste es que, a este marine hipervitaminado y anabolizado al que hemos visto metiéndose en toda clase de fregados menos en los que le atañen a la infantería de los Estados Unidos, es complementado en labores pirotécnicomamporreras por otros dos profesionales del ring: el ex wrestler Shawn Michaels y la 'diva' -así son denominadas las púgiles feminas- Becky Lynch ejerciendo risiblemente de villana.
El descomunal, gigante y tatuadísimo culturista Martyn Ford da vida, en una espectacular demostración de versatilidad actoral y camaleonismo, a un descomunal, gigante y tatuadísimo matón.
Dirige el cotarro -es un decir- el mercenario reincidente James Nunn.
Ha sido divertido, pero si te he visto (media docenas de veces hacer lo mismo) no me acuerdo.