Hay una máxima que, para un gran sector de la población, siempre se cumple en esto del arte, sea pictórico, literario, musical o cinematográfico: la que dice que cuando un autor "desconocido" o "independiente" tiene éxito y llega a las masas, a partir de entonces la calidad de su obra disminuye exponencialmente.

Pongamos un novelista que vive en un pisito cutre en el peor barrio de determinada ciudad y pasa penurias para pagar el alquiler. Mediante el boca a boca y a duras penas sus trabajos adquieren, por su innegable calidad, renombre local y luego nacional entre unos pocos adeptos que lo elevan a la categoría de genio.

El individuo se va haciendo cada vez más popular, tanto como para firmar un contrato con una importante editorial que publicita su nuevo libro, que resulta el mayor "best-seller" del año. El individuo aparece en televisión, se empareja con una famosa actriz y se compra una finquita en Marbella.

De repente, esa persona "se ha vendido", siendo sus obras más recientes peores que las anteriores, las que produjo cuando aún era "independiente" y estaba comprometido con su público original y no con los millones.

Yo no estoy de acuerdo con ese pensamiento. Pero hay un caso...

Disfruta del cine de Tarantino antes de que tuviera mucho de paja y poco de cine. Disfruta de la anécdota descriptiva antes de que derivase en la recreación en la chorrada. Disfruta de cuando del plagio consciente quedaba qué inventar. Disfruta de una banda sonora que acompaña y no secuestra. Disfruta de personajes únicos e irrepetibles (por mucho que se empeñe). Del montaje. De la frescura en los diálogos. De la maestría al conjugar el uso de los mecanismos cinematográficos y teatrales.

Disfruta de "Reservoir Dogs", la película definitiva de atracos en la que no aparece ningún atraco y en la que un Tarantino esplendoroso aún no había sido devorado por su egocéntrico estilo.