La secuela tiene pinta de ser la segunda de una serie infinita de entregas que se extenderán hasta el Día del Juicio Final, donde Krasinski finalmente será condenado a arder en el infierno por repetir una y otra vez las mismas ideas, ya convertidas en paridas, que una vez, en un pasado muy muy lejano, resultaron hasta atrayentes.

Efectivamente, ante la alarmante falta de talento que se ve hoy en día, lo mejor es hacer lo que se ha hecho aquí: hacer una secuela de una peli exitosa, aunque ya mediocre en su momento, añadiendo tan solo alguna variante descafeinada que nos cuenta el principio de todo. Una buena fórmula para llenarse los bolsillos, que por supuesto es lícita y posiblemente brillante desde el punto de vista económico, pero que no condiciona la calidad cinematográfica.

Pues eso, obra incluso más prescindible que su predecesora.