Casi al principio de la película, en un hipódromo, hay un duelo interpretativo entre Kevin Costner y Jack Lemmon. La escena es muy significativa y dice todo sobre uno y otro. El señor Lemmon ofrece más 'caras' de los que esa birria de actor llamada Costner ha podido poner en toda su patética carrera. De hecho, los registros interpretativos de Costner son muy conocidos porque básicamente se reducen a uno.

Y la película en sí es un auténtico tostón, una serie interminable de diálogos con marcado acento sureño que intentan llevar la historia hacia las ya conocidas opiniones del director. Es una relato aburrido en la que los actores parece que recitan sin ningún entusiasmo un texto que tienen delante. El director transmite cansancio desde el primer segundo. Es un monstruo pesado y torpe que se mueve con lentitud, mirando con extrema cautela cada paso que da, como si quisiera asegurarse de que no hay ningún obstáculo que le haga tropezar.

Y ese es el gran fallo de la película. Trata al espectador como a un niño al que hay que convencerle contándole cada mínimo detalle. No hay lugar para la duda ni para la imaginación. Aunque bien es cierto que existen personas a los que les gusta ese tipo de paridas sin sentido.

En esta ocasión no he podido ver la película entera. Mi capacidad de sufrimiento se ha visto desbordada.