A pesar de sus minutos iniciales llenos de interrogantes para cualquier amante del género, muertos y enterrados es una de esas películas que te cautivan poco a poco y acaban atrapándote de lleno en una historia que parece tan típica como realmente es.

La película no brilla por sus interpretaciones, ni por sus efectos (que hoy en día producen más risa que otra cosa, lógicamente), la película brilla por su valentía, por su violencia algo inusual para la época y por el clímax final, que desde luego le dan muchos puntos a la producción, culminado con un final poco usual también, lejos de los típicos finales felices dentro de lo que podemos encontrarnos en una película de terror.

Es la oscuridad del conjunto lo que consigue esa peculiar atmósfera, sin necesidad de zombies bañados en sangre ni nada por el estilo, siendo algo mucho más cercano a la invasión de los ultracuerpos que a cualquier otra película del bueno de Romero. Aún así, la película tiene un sentido propio, una esencia que no pierde nunca y un ritmo que peca de desánimo en un principio pero que converge a un final exquisito. Pudo ser un clásico, pero parece que la fama no le acompañó, y desde luego no merece estar ni muerta ni enterrada en ninguna estanteria de ningún amante del género que se precie.