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Voto de davilochi:
9
6,6
7.262
Drama
A finales del siglo pasado, en un monasterio situado en las montañas del Magreb, ocho monjes cistercienses viven en perfecta armonía con sus hermanos musulmanes. Pero una ola de violencia y terror se apodera lentamente de la región. A pesar del creciente peligro que los rodea y de las amenazas de los terroristas, los monjes deciden quedarse y resistir. (FILMAFFINITY)
13 de enero de 2011
18 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es la primera obra que veo de Xavier Beauvois y el resultado ha sido verdaderamente satisfactorio. La película en cuestión gira en torno a un monasterio católico de monjes cistercienses situado en Tibhirine, al sur de Argel y es, sin lugar a dudas, un homenaje muy personal del director para con la comunidad cuyo día a día podemos seguir durante las dos horas que dura la película. Los resultados alcanzados por el director son increíbles. La historia no era para menos, pero todos hemos visto naufragar historias aún mejores, de modo que de ningún manera resta mérito a Beauvois.
En primer lugar cabría destacar las interpretaciones: todas rayan a un altísimo nivel, de hecho en ocasiones uno llega a pensar que los actores nacieron con los hábitos puestos. El nivel de realismo alcanzado por el film es sobrecogedor, la credibilidad de las actuaciones salta a la vista. Una de las críticas que aparecen junto con la sinópsis acusa a la parte central del largometraje de pecar de cierta lentitud, desde mi punto de vista es algo con lo que juega el director, quien va creando en el espectador a través de esa calma la angustia de lo inevitable. Denota cierto desprecio por el buen gusto y la amplitud de miras hacer una crítica en este sentido. De hecho el film se estructura a través de las lecturas y, sobre todo, los canticos de los monjes, quienes van dando fe (nunca mejor dicho) de su estado de ánimo tanto individual como colectivo por medio de éstos. Una de las cosas que mejor observamos es el crecimiento de los monjes por medio de ese estoicismo a la cristiana, los intentos de éstos por sobreponerse a sus dudas, la búsqueda del contacto con la divinidad en la naturaleza y en los hermanos, en el contacto con el rebaño... y en paralelo a esa lucha individual que todo cristiano libra contra sí mismo se produce el fortalecimiento de la comunidad. Porque si algo refleja de maravilla la película es la influencia que tiene el modo en que el individuo se forja a sí mismo en su relación para con los demás, de un modo más marcado si cabe en una comunidad de monjes como ésta en la que la dependencia es mútua.
Pero es hermoso ver el modo en que Xavier Beauvois ha sabido destacar lo que parece una paradoja: la liberación del individuo por medio de la religión, porque aunque la mayor parte de nosotros partimos del hecho de que ésta es una pesada joroba que subyuga al individuo, en este caso se percibe de otro modo; aquí la religión no sólo es un fuerte elemento cohesionador a nivel comunitario, sino que además aporta el sostén necesario para que esta comunidad de monjes pueda hacer aquello en lo que cree y ser aquello que desea: hermano de todos los hombres y colaborar con éstos en todo momento y dentro de la medida de sus posibilidades.
En primer lugar cabría destacar las interpretaciones: todas rayan a un altísimo nivel, de hecho en ocasiones uno llega a pensar que los actores nacieron con los hábitos puestos. El nivel de realismo alcanzado por el film es sobrecogedor, la credibilidad de las actuaciones salta a la vista. Una de las críticas que aparecen junto con la sinópsis acusa a la parte central del largometraje de pecar de cierta lentitud, desde mi punto de vista es algo con lo que juega el director, quien va creando en el espectador a través de esa calma la angustia de lo inevitable. Denota cierto desprecio por el buen gusto y la amplitud de miras hacer una crítica en este sentido. De hecho el film se estructura a través de las lecturas y, sobre todo, los canticos de los monjes, quienes van dando fe (nunca mejor dicho) de su estado de ánimo tanto individual como colectivo por medio de éstos. Una de las cosas que mejor observamos es el crecimiento de los monjes por medio de ese estoicismo a la cristiana, los intentos de éstos por sobreponerse a sus dudas, la búsqueda del contacto con la divinidad en la naturaleza y en los hermanos, en el contacto con el rebaño... y en paralelo a esa lucha individual que todo cristiano libra contra sí mismo se produce el fortalecimiento de la comunidad. Porque si algo refleja de maravilla la película es la influencia que tiene el modo en que el individuo se forja a sí mismo en su relación para con los demás, de un modo más marcado si cabe en una comunidad de monjes como ésta en la que la dependencia es mútua.
Pero es hermoso ver el modo en que Xavier Beauvois ha sabido destacar lo que parece una paradoja: la liberación del individuo por medio de la religión, porque aunque la mayor parte de nosotros partimos del hecho de que ésta es una pesada joroba que subyuga al individuo, en este caso se percibe de otro modo; aquí la religión no sólo es un fuerte elemento cohesionador a nivel comunitario, sino que además aporta el sostén necesario para que esta comunidad de monjes pueda hacer aquello en lo que cree y ser aquello que desea: hermano de todos los hombres y colaborar con éstos en todo momento y dentro de la medida de sus posibilidades.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Por supuesto este sería un modelo de religión positivo, a su lado discurre el correlato del integrismo islámico (al final la polarización entre ambas es tal que parece una hipérbole o simple recurso narrativo) que siembra el caos allá por donde pasa dejando un reguero de muerte y destrucción. En cualquier caso esta película supone una verdadera crítica contra el uso de la violencia como arma política, mostrando que nada positivo puede surgir de ésta. Además deja unas cuantas perlas por el camino para las autoridades argelinas, incapaces en todos los sentidos de asegurar el bienestar de sus ciudadanos por la corrupción generalizada y sus expeditivos métodos. No deja de ser paradójico que éstas lleguen a convertirse en una potencial amenaza para los propios monjes que, al final, aparecen rodeados por un mundo hostil que los observa como un tumor que debe ser extirpado de su cuerpo (resulta muy intensa la imagen del helicóptero merodeando como un buitre en torno al monasterio; se sabe que estas bestias huelen la muerte): las autoridades porque quieren tener carta blanca y no tener que responder por nadie y los terroristas, más allá de cualquier supuesto idealismo, esperarán el momento adecuado para valerse de ellos como instrumento de presión.
Todos los miembros de la comunidad resultan carismáticos de una u otra forma, como no podía ser de otro modo. Especialmente emotiva resulta esa imagen de la última cena (los paralelismos establecidos por el autor entre Jesucristo y los monjes son indudables) con el "Lago de los cisnes" de Tchaikosky sonando de fondo mientras el director nos va mostrando unos primerísimos planos de los diferentes personajes donde se nos muestran las arrugas del tiempo y las emoción contenida en éstas. Verdaderamente creo que es hermoso ver a un hombre derramar una lágrima por la emoción de sentirse junto a los suyos y de saber que es libre por haber vivido a su manera, haciendo lo que mejor sabía: en este caso amar. Para el recuerdo quedan las escenas de esa lenta ascensión a través de la nieve de la columna compuesta por los monjes y los terroristas, es difícil sustraerse a la tentación de reconocer en ello la ascensión al monte Calvario de Jesucristo por los romanos. El momento más intenso de ésta es aquel en que uno de los monjes se para, cansado por la ascensión, agobiado por la presencia de una muerte que sabe próxima, pero en un alarde de estoicismo toma aíre y continua hacia delante. Al final la columna se perderá en la niebla, una secuencia muy bien escogida para cerrar el film por dos motivos: nunca se hallaron los cadáveres de los monjes y aún hoy seguimos sin saber qué hay después de la muerte, si es que hay algo que no sean unos créditos cinematográficos.
Todos los miembros de la comunidad resultan carismáticos de una u otra forma, como no podía ser de otro modo. Especialmente emotiva resulta esa imagen de la última cena (los paralelismos establecidos por el autor entre Jesucristo y los monjes son indudables) con el "Lago de los cisnes" de Tchaikosky sonando de fondo mientras el director nos va mostrando unos primerísimos planos de los diferentes personajes donde se nos muestran las arrugas del tiempo y las emoción contenida en éstas. Verdaderamente creo que es hermoso ver a un hombre derramar una lágrima por la emoción de sentirse junto a los suyos y de saber que es libre por haber vivido a su manera, haciendo lo que mejor sabía: en este caso amar. Para el recuerdo quedan las escenas de esa lenta ascensión a través de la nieve de la columna compuesta por los monjes y los terroristas, es difícil sustraerse a la tentación de reconocer en ello la ascensión al monte Calvario de Jesucristo por los romanos. El momento más intenso de ésta es aquel en que uno de los monjes se para, cansado por la ascensión, agobiado por la presencia de una muerte que sabe próxima, pero en un alarde de estoicismo toma aíre y continua hacia delante. Al final la columna se perderá en la niebla, una secuencia muy bien escogida para cerrar el film por dos motivos: nunca se hallaron los cadáveres de los monjes y aún hoy seguimos sin saber qué hay después de la muerte, si es que hay algo que no sean unos créditos cinematográficos.