Roland Joffé recurre a un habilidoso truco para poder retratar al hombre que fundó el Opus: lo divide en dos. Por un lado tenemos al santo, Josemaria y por otra al demonio, Manuel Torres, que es personaje de ficción. De este modo, Joffé puede huir de una vida de santos y narrar de forma convencional una historia sobre la amistad o algo así con un trasfondo de guerra civil española.

La película tiene momentos aburridos. Tiene momentos emocionantes. Tiene un aire de fábula ya que hay varios giros argumentales totalmente inverosímiles. No te la puedes tomar al pie de la letra. Es más bien una reflexión sobre el bien y el mal y de cómo el amor tiene que vencer porque si no aviados estamos. Ya sé que no suele ser el caso, pero, en ocasiones, apetece que te den alguna esperanza.

Inteligentemente, Joffé ha huido del mensaje propagandístico puro y duro y ha preferido la metáfora. Gracias, por no cosiderarnos idiotas, Roland.