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Voto de Fascinoscopio:
7
Ciencia ficción. Drama. Animación La necesidad de dinero, lleva a una actriz (Robin Wright) a firmar un contrato según el cual los estudios harán una copia de ella y la utilizarán como les plazca. Tras volver a la escena, será invitada a un congreso, que se desarrolla en un mundo que ha cambiado completamente. Basada en una novela de Stanislaw Lem, se trata del retrato de un mundo que se dirige inevitablemente hacia la irrealidad.
13 de septiembre de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El congreso es un manual de cómo la inspiración puede arruinar un relato. Pero no adelantemos acontecimientos y desgranemos poco a poco este interesante pero fallido largometraje.

Robin Wright, interpretándose a sí misma, ejerce un poder de atracción irresistible. Ella es pura magia cinematográfica: más que verosímil, ella puede conducir al espectador al punto exacto de emotividad desde el primer plano del largometraje sin haber pronunciado una sola palabra. La realidad y la ficción se unen en el genial planteamiento de la película: El congreso consigue que la ciencia ficción y el drama se unan en un camino bien pavimentado y nos permite descubrir buen cine, sin pretensiones y sin embargo sorprendente, un cine que habla de sí mismo descarnadamente y sin disfraces, pero a la vez envuelto en su propio halo de fantasía.

La actriz es tentada por los estudios de Hollywood para vender su identidad a cambio de una cantidad de dinero que garantice su futuro y el de sus hijos. Así su imagen, convertida en un personaje virtual, podrá protagonizar durante veinte años casi cualquier tipo de películas comerciales. Acepta la oferta y, transcurrido el periodo del contrato, es invitada al congreso que da nombre a la película. Y aquí es donde el exceso de creatividad hace naufragar cualquier intento de coherencia narrativa.

El abandono de la imagen real nos lleva a una fabulosa animación, de estilizadas formas, con claras referencias al surrealismo, El Bosco y la primera mitad del siglo veinte. No obstante este despliegue de imaginación, la trama comienza a descarriarse. Se sumerge en el fango de lo pretencioso, brillando en destellos cada vez menos frecuentes a lo largo de lo que resta de metraje. El drama personal se desvirtúa en una historia construida débilmente sobre algunos estereotipos de futuro apocalíptico. Aún puede mantenerse cierta conexión con la protagonista, lo cual lanza un salvavidas para que el espectador llegue al final del film, pero este exiguo aliciente no es lo suficientemente fuerte como para terminar satisfecho.

Posiblemente Ari Folman (Vals con Bashir) no ha logrado combinar adecuadamente las dos historias que dan vida a la película. Por un lado, el señuelo inicial de Robin Wright, esa nostalgia teñida de inseguridad y miedo ante las elecciones pasadas y futuras, buceando en los no siempre virtuosos recovecos del cine. Y por otro, el relato de ciencia ficción que el director adapta como guionista de la novela Congreso de futurología del escritor Stanislaw Lem, donde un explorador se despierta en un mundo de aparente abundancia y bienestar, pero que oculta la mayor de las miserias. Este matrimonio entre la alegoría comunista (o su particular manera de contarla) y el fraude de Hollywood no termina de cuajar.

El congreso se convierte en otra gran oportunidad perdida. Sí es válida para quien quiera disfrutar de un experimento imaginativo, un meta relato del cine, una película de animación adulta con algunos momentos visualmente gozosos. Incluso para aquellos que desean volver a disfrutar de la interpretación de Robin Wright. Pero no pidamos rescatar más de este naufragio.

Publicado en blog fascinoscopio.
Fascinoscopio
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