Después de aquel raro y fallido experimento que fue "Death Proof", nuestro amigo Quentin regresa para decirnos que nunca se fue, que seguía aquí con nosotros. Y su regreso al estilo que siempre le ha caracterizado ha sido colosal, un canto de amor al cine, una tremenda venganza judía, y, porqué no, una exclamación que dice "a tomar por culo".
A nuestro amigo Quentin le da igual lo que digan los libros de historia, lo que nos enseñaron en el instituto o lo que nos contaron nuestros abuelos, él va a su rollo, y demuestra mejor que nadie que el cine es una ficción pensada para engañar al espectador poniendo en escena su particular visión del III Reich. Y, definitivamente, estoy encantado de haberme creido su historia, de haber sido engañado y seducido por estos bastardos.
Además, vuelven las buenas formas de Quentin: diálogos estupendos (esta vez en varios idiomas) en boca de personajes carismáticos, todos con su pequeño o gran momento de gloria, escenas interminables que no quieres que acaben, planos vivos en los que ves que detrás de los personajes principales hay movimiento, una banda sonora que reclama protagonismo, situaciones inusuales,...
Así da gusto reencontrarse con el "enfant terrible" de Hollywood, que, insisto, nunca nos abandonó.