Un buen torero no siempre resulta un buen matador. La decisiva suerte de la espada ha echado por tierra a grandes faenas, porque el final de una corrida no es menos importante que el principio o el medio. Eso mismo le ocurre a esta comedia negra producida por Pierce Brosnan.

Y es que nunca termina de arrancar, todo parecen preámbulos, prólogos, presentaciones... eso sí la mayoría de las veces ingeniosas, cómicas y con mucho encanto. Pero el guión, escrito por el mismo director Richard Shepard, no termina de desarrollar un ciclo narrativo, sólo apunta con el estoque, pero pincha en hueso, sobre todo a partir de la llegada de Julian a Denver donde la película se va desmoronando.

Pero hay que verla, sobre todo por Pierce Brosnan, realmente fantástico, en un papel que le valió la nominación a los Globo de Oro, y que sigue en cierta forma autoparodiando ese personaje de James Bond, tal y como hizo también en “El sastre de Panamá”.

Su actuación es la de un hombre que ha llegado a conocer el oficio a fondo, en definitiva, la de un actor que va sobrado y destila confianza en cada plano a sus 52 años.

No puedo decir lo mismo de Greg Kinnear, el compañero de reparto. Muy soso, y no es que su personaje lo requiera, que también, es que no tiene la suficiente mala leche como para hacer sombra a un personaje del tamaño de Brosnan, que se lo come entero.

Mitad sorpresa, mitad decepción la que supuso en su día este film, de reminiscencias clásicas a lo “Extraños en un tren”, que supone sobre todo disfrutar de un actor poco aceptado por crítica y público, y es que triunfar de verdad en Hollywood siendo irlandés no siempre es fácil.

Nota: 6,3.