A esta altura ya podemos reconocer que en esta serie puede pasar de todo, y no a la francesa, con sus peculiares guiños a una fantasía indomable, sino a la inglesa, apelando a una lógica despiadada y a los giros narrativos de mentes analíticas. Los personajes siguen percibiéndose como hombres fantásticos, frutos de la pluma de Conan Doyle, y por ello tienen un encanto natural a su estatus, pero lo mejor de ello es el hecho de que tanto Holmes como Watson se despliegan con gran originalidad en una relación marcada por sus propias personalidades. Así, todo lo que ocurre, y con mayor razón en este último capítulo de la tercera temporada, es un goce para quienes gustamos de los productos que aunque ficticios son astutamente desarrollados.