Empecemos por el principio: Suzanne Flon se roba toda la película. Imposible no comenzar mencionando una formidable interpretación a los ochenta y cinco años, una demostración de entereza artística que tras aquella pacífica sonrisa esconde un toque perturbador, bien orquestado por Claude Chabrol al crear el climax exacto para dejar esos momentos turbios, inquietantes, con las secas cadencias de la música de fondo puliendo aquel escenario.
Con aquellos momentos como puntos de quiebre, todo lo que se construye a su alrededor se mueve, no tan ágilmente a veces, pero sí sin dejar de inquietar. Ese es otro punto a favor: nunca deja de estar latente esa sensación de que el shock está por llegar (no por nada hay tantos primeros planes sobre puertas o umbrales, siempre dejando algo a punto de pasar), pero además, dejando una base tan sólida que incluso en algunos momentos se permiten unos raptos de humor negro, macabro, que encaja perfectamente sobre un aura tan densa y oscura.
Como siempre, en las fotos de familia hay mucho más de lo que el ojo puede ver.