Supongo que, sometida al test de Bechdel, ‘Sabrina’, de Billy Wilder, sería una de las pelis (de entre decenas de miles, conste) condenada, sin posibilidad de apelación, a la más ardiente hoguera. Una protagonista femenina convertida en una suerte de bola de ping pong, sometida al peloteo continuo de dos galanes de manual a cuyos encantos parece incapaz de resistirse, no es, desde luego, el ideal de personaje fuerte o independiente que dicho test pone sobre el tapete. No son ni el tipo de personaje, ni la historia en que se mueve el tipo de historia, que más entusiasmo cinematográfico me producen. Y, para mayor dolor (ya me consta que es un icono adorado, con fundamento, por millones de cinéfilos/as de todo el mundo), tampoco es santa de mi devoción la grácil y etérea Audrey Hepburn. Pero al César lo que es del César (o, para ser más justos, a Billy lo que es de Billy): ‘Sabrina’ es un prodigio de narración en imágenes, tanto en lo que se refiere a construcción de trama como a dibujo de personajes (y, en lo que se refiere a esto último, no me refiero solo a los/as principales, sino, sobre todo y especialmente, a los/as secundarios/as), que cualquier amante del cine, sin más, no puede dejar de reconocer. Y disfrutar y admirar. Ah, y Audrey Hepburn está guapísima...