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Voto de Fernando Polanco:
7
7,8
12.006
Ciencia ficción. Fantástico
Tras una apocalíptica guerra nuclear, el mundo ha quedado devastado. Un grupo de científicos del bando vencedor llega a la conclusión de que el único modo de salvar a la humanidad es recurriendo a los viajes a través del tiempo: o bien mandar a una persona al pasado para pedir ayuda, o al futuro para buscar una solución a la situación presente. El elegido para realizar el viaje a través del tiempo es un prisionero. Historia de corte ... [+]
21 de enero de 2009
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas de viajes en el tiempo suelen pecar de pretenciosas o, por el contrario, de infantiles en sus tramas. Y, casi siempre, vemos en su máquina transportadora un diseño megalítico o completamente hortera (¡un Delorean intertemporal!). Todas las historias tratan el tema de una forma científica, con sus teorías, sus paradojas y sus conflictos morales, pero pocos de forma verosímil. Y es “La Jetee” la que, con su sobriedad, nos regala un testimonio de lo que ha podido, es y será viajar en el tiempo.
Como en aquél maravilloso capítulo de la cuarta temporada de “Lost” titulado “La constante”, el protagonista de este cortometraje francés (como todo drama francés, alargado y con su punto de pedantería) tiene en su retina cerebral un “momento” en su infancia que, impregnado ahora en su edad adulta, sirve a unos científicos holocausticos para, progresivamente, hacerlo volver al pasado, primero a través de sus recuerdos y luego físicamente. Faraday enunciaba una ecuación para viajar entre dos puntos del tiempo, con sus incógnitas y gradaciones, pero con un elemento común: un sentimiento, una imagen, una relación, un objeto, una localización. Con ese pilar cubierto, es posible el billete de ida y vuelta. Y es que la estructura cíclica en este tipo de películas es muy común. Ya lo dijo Vigalondo en “Los Cronocrímenes”, la pescadilla que se muerde la cola es una posibilidad, pero la “marca del zorro” en la que varios ejes temporales coexisten en un mismo eje espacial es rizar un rizo que ve en “Primer” su máxima cota de complejidad.
Nuestro protagonista recuerda vivazmente ese recuerdo infantil porque está presenciando su propia muerte. Un giro predecible, efectista y paradójico tratado con frialdad en un tratamiento formal que es el que le da originalidad.
Lo que se reproduce cuando visionamos “La Jetee” es un audiovisual, sí, pero no con imágenes en movimiento. Son fotogramas congelados de momentos representativos que van conformando escenas narradas por una voz en off seca y expositiva, apoyada en ciertas partes por música, sencilla y secundaria.
Como en aquél maravilloso capítulo de la cuarta temporada de “Lost” titulado “La constante”, el protagonista de este cortometraje francés (como todo drama francés, alargado y con su punto de pedantería) tiene en su retina cerebral un “momento” en su infancia que, impregnado ahora en su edad adulta, sirve a unos científicos holocausticos para, progresivamente, hacerlo volver al pasado, primero a través de sus recuerdos y luego físicamente. Faraday enunciaba una ecuación para viajar entre dos puntos del tiempo, con sus incógnitas y gradaciones, pero con un elemento común: un sentimiento, una imagen, una relación, un objeto, una localización. Con ese pilar cubierto, es posible el billete de ida y vuelta. Y es que la estructura cíclica en este tipo de películas es muy común. Ya lo dijo Vigalondo en “Los Cronocrímenes”, la pescadilla que se muerde la cola es una posibilidad, pero la “marca del zorro” en la que varios ejes temporales coexisten en un mismo eje espacial es rizar un rizo que ve en “Primer” su máxima cota de complejidad.
Nuestro protagonista recuerda vivazmente ese recuerdo infantil porque está presenciando su propia muerte. Un giro predecible, efectista y paradójico tratado con frialdad en un tratamiento formal que es el que le da originalidad.
Lo que se reproduce cuando visionamos “La Jetee” es un audiovisual, sí, pero no con imágenes en movimiento. Son fotogramas congelados de momentos representativos que van conformando escenas narradas por una voz en off seca y expositiva, apoyada en ciertas partes por música, sencilla y secundaria.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
A través de estas imágenes la historia avanza como si en la presentación de las diapositivas fotográficas de un viaje nos encontrásemos. El personaje principal vive hasta su edad adulta una estancia feliz en el mundo, pero tras la tercera guerra mundial se retira con los supervivientes al subsuelo de la ciudad. A partir de ahí, y gracias a ese recuerdo tan vivo, viaja al pasado y al futuro mediante un simple mecanismo de sugestión. Un simple trapo cableado sobre sus ojos sirve para enlazar su cuerpo con otras épocas.
Y el resto del metraje transcurre con fotografías en blanco y negro hasta el final, en el que una pequeña ilusión de movimiento se produce por el desdoblamiento del punto de vista: como adulto, muere tras regresar al pasado para vivir con esa mujer de la que se ha enamorado, y, como niño, vive ese momento que quedaría plasmado entre sus recuerdos hasta volver al mismo sitio y al mismo tiempo donde moriría y se vería morir a la vez.
Salvando el impacto de la paradoja, el tratamiento en su conjunto de todos los elementos que componen “La Jetee” sigue una misma dirección durante sus veinte y seis minutos: crear una atmósfera realista mediante el uso de fotografías propias de material de archivo, una voz en off muy relacionada con el documental narrado, la crudeza de la fotografía en blanco y negro y la falta de elementos sonoros y su consecuente sensación de silencio (que más que seguir el realismo evoca un futuro de pesimismo subterráneo).
En definitiva, esta pequeña obra audiovisual puede recomendarse sobre todo por ser una alternativa visceral de toda la ciencia ficción colorida e inflada promovida por las innumerables adaptaciones de H. G. Wells (con la impronta del dólar de George Pal). De una cadencia pausada, el espectador tiene tiempo para digerir un contenido de temática fantástica tratado de forma seria, que augura la nueva corriente del fantástico europeo actual. Y, para el que se quede con hambre, “12 monos”, de Terry Gilliam.
Y el resto del metraje transcurre con fotografías en blanco y negro hasta el final, en el que una pequeña ilusión de movimiento se produce por el desdoblamiento del punto de vista: como adulto, muere tras regresar al pasado para vivir con esa mujer de la que se ha enamorado, y, como niño, vive ese momento que quedaría plasmado entre sus recuerdos hasta volver al mismo sitio y al mismo tiempo donde moriría y se vería morir a la vez.
Salvando el impacto de la paradoja, el tratamiento en su conjunto de todos los elementos que componen “La Jetee” sigue una misma dirección durante sus veinte y seis minutos: crear una atmósfera realista mediante el uso de fotografías propias de material de archivo, una voz en off muy relacionada con el documental narrado, la crudeza de la fotografía en blanco y negro y la falta de elementos sonoros y su consecuente sensación de silencio (que más que seguir el realismo evoca un futuro de pesimismo subterráneo).
En definitiva, esta pequeña obra audiovisual puede recomendarse sobre todo por ser una alternativa visceral de toda la ciencia ficción colorida e inflada promovida por las innumerables adaptaciones de H. G. Wells (con la impronta del dólar de George Pal). De una cadencia pausada, el espectador tiene tiempo para digerir un contenido de temática fantástica tratado de forma seria, que augura la nueva corriente del fantástico europeo actual. Y, para el que se quede con hambre, “12 monos”, de Terry Gilliam.