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Estados Unidos Estados Unidos · Chicago
Voto de Donald Rumsfeld:
9
Serie de TV. Comedia Miniserie de TV (2018). 8 episodios. Esta vez Peter y Sam investigan un nuevo crimen en un colegio católico privado, en concreto, una intoxicación en la cafetería producida por el vertido de unos laxantes en la limonada. (FILMAFFINITY)
22 de enero de 2019
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
American Vandal ejemplifica a la perfección aquello de que lo importante de una historia no es la historia en sí misma sino el cómo se narra la misma: partiendo desde una situación completamente estúpida, grotesca y trivial va trazando espirales concéntricas hasta completar un pavoroso retrato social.

Es incómoda en su planteamiento, autoconsciente en su puesta en escena, brutalmente ácida en sus retratos y reflexiva en su desarrollo. No sólo no hay nada parecido, es una prueba de fuerza de montaje, edición y síntesis: nada tiene sentido sin lo anterior, todo es necesario para lo posterior: la información que se presenta interactúa retroactivamente con la que se ofreció hasta modificar por completo el sentido de la misma; causas que se multiplican, efectos imprevistos e incertidumbre: al final podemos saber algo, pero seguramente no era lo que se buscaba responder.

Sus dos herramientas básicas son el montaje hiperbólico, barroco, culterano, obsesivo, wellesiano, y una puesta en escena tan conceptualista que es casi metafísica, en donde cada elemento es solo el contorno de algo que no se podría mostrar aunque se quisiera. Es invisible. Las ausencias de la serie resultan fundamentales dentro de este esquema; no es lo que se ve o está, es lo que no se ve ni está pero determina cuanto acontece.

Es un thriller retorcido de una claridad expositiva deslumbrante, de ritmo alegre pero pausado, con multitud de recursos formales, técnicos y narrativos; y también es un lúcido ensayo del mundo en que vivimos y de todos los adultos que ayudan a construirlo mediante sus acciones u omisiones. Así, puede enganchar tanto por la maestría con la que elabora su misterio como por el oblicuo retrato social que implícitamente va realizando a medida que se desarrolla la historia.

Por eso, aunque resulte diabólicamente divertida, su significado es devastador. Las variables visibles de la tragedia son los adolescentes, el sistema educativo y el impacto de las nuevas tecnologías sobre los mismos. El resultado son dos paseos de cuatro horas por un museo de los horrores de nuestra sociedad: la curiosidad sustituida por el morbo, lo permanente por lo inmediato, lo justo por lo conveniente, lo bueno por lo útil, la empatía por la ambición.
Un retrato de una juventud incapaz de comunicarse, atrapada en el trabajo sin fin que supone tener que venderse a sí misma a través de las redes “sociales” que mediatizan sus relaciones. Núbiles encarnaciones del liberalismo, alienadas en sus roles dentro de una estructura jerárquica en donde la única vara de medir es el interés simple y compuesto. Profecías autocumplidas del homo hominis lupus capitalista: egocéntricos, amorales, individualistas, manipuladores, agresivos, náufragos en sus pequeñas islas de tecnología. Peritaje cruel, hiriente e implacable de cierta juventud (la que está conectada) y todo el sistema educativo; más que una serie adolescente, es una serie contra ellos. En última instancia resultan ser poco más que víctimas, pues las pollas y la mierda solo son el macguffin para sacar a flote un microcosmos de privilegios, autoridad, prejuicios y clases sociales. Pequeñas comunidades de fantasía donde la mano invisible del capitalismo (variable invisible e independiente) lo regula todo mientras finge no hacer nada. Todo muy adulto y respetable.

Retrato que lejos de conformarse con un víctimas inocentes vs. nacidos para la maldad, se toma su tiempo para describir minuciosamente algunas de las causas fundamentales de nuestra decadencia cultural. Abstrayéndose de lo circunstancial para pasar inmediatamente a lo general, a lo global. Sin víctimas ni culpables. Describiendo, sin juzgar, una sociedad falta de referentes mediante los que posicionarse a sí misma, en la que todo es cuestión de moda y conveniencia. Al fin, sean jóvenes o adultos, sus actos son (casi siempre) igual de estúpidos que las motivaciones finales de los mismos.

Seguramente podría haber prescindido del humor bizarro, mantener el ritmo, ponerse seria (¿qué tal la clásica masacre en el instituto?) y quién sabe si llevarse algunos premios. Pero entonces no sería orfebrería. Es la propia estupidez del tema la que permite, justifica y demanda la enorme divagación a través de la que se revela el ubicuo trasfondo ideológico que impregna cada capítulo. Tan aparentemente neutral como los documentales, tan invisible como la autorregulación de los mercados; pero, en el fondo, completamente sesgado para operar a favor de unos intereses muy concretos: los de sus creadores. Es esa divagación, perfectamente enmarcada por la propia puesta en escena de corte documental, la que permite retratar con precisión como esta ideología invisible y aparentemente neutral se infiltra incluso en los actos más cotidianos para inclinar la balanza siempre hacia el mismo lado.
Donald Rumsfeld
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