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Voto de Donald Rumsfeld:
3
7,2
72.551
Aventuras. Western
Año 1823. En las profundidades de la América salvaje, el explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) participa junto a su hijo mestizo Hawk en una expedición de tramperos que recolecta pieles. Glass resulta gravemente herido por el ataque de un oso y es abandonado a su suerte por un traicionero miembro de su equipo, John Fitzgerald (Tom Hardy). Con la fuerza de voluntad como su única arma, Glass deberá enfrentarse a un territorio hostil, ... [+]
3 de junio de 2016
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acción.
Spielberg, cuando filmó su celebrado desembarco, tomó la decisión de grabarlo mediante una sucesión de cámaras subjetivas y planos en primera persona que sumergían el espectador en mitad de la contendía. Spielberg no abría el plano hasta que los soldados alcanzaban la colina; pues si los soldados, en mitad de la confusión, no podían ver con claridad más allá de 10 metros, nosotros, para que la inmersión sea total, tampoco deberíamos. Sin embargo, a pesar del desorden y frenetismo propios de aquella temeraria empresa, la escena resulta ser clara y concisa, ya que Spielberg no se despega de su soldado en toda la secuencia, permitiendo que el espectador construya el espacio a medida que este soldado se desplaza de manera lineal hacia la colina. Un espacio que queda claramente definido por la simple trazada de las balas en el agua, al permitir ubicar la localización de los defensores; definiendo, incluso mientras los soldados están sumergidos, el brutal escenario en el que se desarrolla la acción.
Cuando Iñárritu filma el asalto de los indios también apuesta por las cámaras subjetivas y los planos en primera persona, pero ahí se acaban las coincidencias. La diferencia más importante es que aquí no hay ninguna construcción espacial. El director, a fuerza de gritar aquí estoy yo mediante planos secuencias, destroza cualquier intento de ubicar elemento alguno. Los personajes simplemente deambulan por el espacio, reciben flechas por la espalda y se dan la vuelta (para saludar al enemigo, suponemos), y luego, tras un rato, se la vuelven a dar tan ricamente. Mientras, los indios, que por lo visto no tenían ni un gramo de inteligencia para la estrategia, se limitan a dar paseos a caballo por el campamento, sin orden ni concierto alguno, evitando eliminar a los blancos más fáciles (que vienen de cara) para disparar hacia los mismos ángulos en donde están sus compañeros, lo cual, es obvio, suele ser enormemente efectivo.
Hechos reales.
La realidad, obviamente, es mucho más vasta que nuestra imaginación, ya que de hecho ésta sólo es una pequeña parte de aquella. Pero una película, toda película, sea como sea, nunca será más que un producto de la imaginación. Pregonar que tu película está basada en “hechos reales” y, a continuación, contar una historia que de tan exagerada parece una de superhéroes (de las que con tanta displicencia habló en Birdman…), quizá sólo ponga sobre el tapete el “hecho real” de que aquí alguien se ha podido estar “tirando el rollo”. Si quieres hacer parecer real una pelea contra un grizzli esta no puede durar mucho, debe suceder inmediatamente algo que impida al oso hacer su trabajo. Sin embargo, cinco minutos de oso ultrarrealista dando zarpazos y mordidas no son suficientes para acabar con Di Caprio. Es decir, Iñárritu decide ignorar que si tras la décima mordida el personaje sigue vivo, y no semidescuartizado, toda la verosimilitud se va al garete por mucho que haya costado el efecto o muy real que parezca. Y este mismo proceder efectista se repite mecánicamente a lo largo de la película, porque Iñárritu no quiere poner una pelea verosímil, quiere la pelea del siglo, la pelea de Hollywood, la noche invernal épica, la caída gloriosa y la redención crística.
Creo que fue Sócrates quien dijo aquello de que la sencillez es el sello de la verdad. Esta máxima se aplica tanto a la física como al cine. Heisenberg (el interesante, no el otro), que conocía al dedillo la teoría pitagórica y con la que de hecho estaba de acuerdo en lo sustancial, añadió comentando la anterior que <<la belleza es el resplandor de la verdad>>; y Goethe, un siglo antes, intituló un obra como Poesía y Verdad, dando a entender que ambas siempre iban de la mano. Vale, no se sí esto último tiene mucho que ver, pero es mejor que hablar de... Iñárritu (pufff) quiere hacer algo bello y simultáneamente incrusta giros que de puro artificiosos resultarían dignos de cualquier culebrón venezolano (la historia del hijo, la sanación india...). Iñárritu quiere hacer algo verdadero y simultáneamente impostar cada escena hasta la más bizarra exageración (todas las escenas de acción y supervivencia y la mayor parte de los diálogos). Iñárritu, cabe deducir, debe saber más que todos ellos.
Spielberg, cuando filmó su celebrado desembarco, tomó la decisión de grabarlo mediante una sucesión de cámaras subjetivas y planos en primera persona que sumergían el espectador en mitad de la contendía. Spielberg no abría el plano hasta que los soldados alcanzaban la colina; pues si los soldados, en mitad de la confusión, no podían ver con claridad más allá de 10 metros, nosotros, para que la inmersión sea total, tampoco deberíamos. Sin embargo, a pesar del desorden y frenetismo propios de aquella temeraria empresa, la escena resulta ser clara y concisa, ya que Spielberg no se despega de su soldado en toda la secuencia, permitiendo que el espectador construya el espacio a medida que este soldado se desplaza de manera lineal hacia la colina. Un espacio que queda claramente definido por la simple trazada de las balas en el agua, al permitir ubicar la localización de los defensores; definiendo, incluso mientras los soldados están sumergidos, el brutal escenario en el que se desarrolla la acción.
Cuando Iñárritu filma el asalto de los indios también apuesta por las cámaras subjetivas y los planos en primera persona, pero ahí se acaban las coincidencias. La diferencia más importante es que aquí no hay ninguna construcción espacial. El director, a fuerza de gritar aquí estoy yo mediante planos secuencias, destroza cualquier intento de ubicar elemento alguno. Los personajes simplemente deambulan por el espacio, reciben flechas por la espalda y se dan la vuelta (para saludar al enemigo, suponemos), y luego, tras un rato, se la vuelven a dar tan ricamente. Mientras, los indios, que por lo visto no tenían ni un gramo de inteligencia para la estrategia, se limitan a dar paseos a caballo por el campamento, sin orden ni concierto alguno, evitando eliminar a los blancos más fáciles (que vienen de cara) para disparar hacia los mismos ángulos en donde están sus compañeros, lo cual, es obvio, suele ser enormemente efectivo.
Hechos reales.
La realidad, obviamente, es mucho más vasta que nuestra imaginación, ya que de hecho ésta sólo es una pequeña parte de aquella. Pero una película, toda película, sea como sea, nunca será más que un producto de la imaginación. Pregonar que tu película está basada en “hechos reales” y, a continuación, contar una historia que de tan exagerada parece una de superhéroes (de las que con tanta displicencia habló en Birdman…), quizá sólo ponga sobre el tapete el “hecho real” de que aquí alguien se ha podido estar “tirando el rollo”. Si quieres hacer parecer real una pelea contra un grizzli esta no puede durar mucho, debe suceder inmediatamente algo que impida al oso hacer su trabajo. Sin embargo, cinco minutos de oso ultrarrealista dando zarpazos y mordidas no son suficientes para acabar con Di Caprio. Es decir, Iñárritu decide ignorar que si tras la décima mordida el personaje sigue vivo, y no semidescuartizado, toda la verosimilitud se va al garete por mucho que haya costado el efecto o muy real que parezca. Y este mismo proceder efectista se repite mecánicamente a lo largo de la película, porque Iñárritu no quiere poner una pelea verosímil, quiere la pelea del siglo, la pelea de Hollywood, la noche invernal épica, la caída gloriosa y la redención crística.
Creo que fue Sócrates quien dijo aquello de que la sencillez es el sello de la verdad. Esta máxima se aplica tanto a la física como al cine. Heisenberg (el interesante, no el otro), que conocía al dedillo la teoría pitagórica y con la que de hecho estaba de acuerdo en lo sustancial, añadió comentando la anterior que <<la belleza es el resplandor de la verdad>>; y Goethe, un siglo antes, intituló un obra como Poesía y Verdad, dando a entender que ambas siempre iban de la mano. Vale, no se sí esto último tiene mucho que ver, pero es mejor que hablar de... Iñárritu (pufff) quiere hacer algo bello y simultáneamente incrusta giros que de puro artificiosos resultarían dignos de cualquier culebrón venezolano (la historia del hijo, la sanación india...). Iñárritu quiere hacer algo verdadero y simultáneamente impostar cada escena hasta la más bizarra exageración (todas las escenas de acción y supervivencia y la mayor parte de los diálogos). Iñárritu, cabe deducir, debe saber más que todos ellos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Fotografía.
La fotografía de las películas de Malick no es un simple añadido estético. No es una colección de fondos de escritorio con las que apabullar al espectador mediante paisajes de infarto. El aliento lírico de su fotografía tiene una equivalencia perfecta con unas historias que fluyen sin cortapisas, naturalmente, sin encajes ni cronómetros. Malick siempre nos habla de la vida y del ser humano desde una perspectiva renacentista con la que no sólo comparte paleta. Sus temas, sus personajes, sus contextos invitan siempre a reflexionar sobre lo humano y lo divino, lo firme y lo que se desliza silenciosamente en la oscura ambigüedad. No son estereotipadas historias de venganza resultas ad hoc en nombre del Dios verdadero.
Iñárritu, con sus planos ultramedidos e hiperestudiados, anula cualquier posible lirismo mediante una extenuante sucesión de postales retocadas. La naturalidad (la naturaleza en su acepción literal) de Malick y Lubezki es aplastada en pos de la imagen definitiva. Pero son imágenes que poco tienen que ver con la historia que se nos cuenta, poco más que un decorado bonito. Quizá a Iñárritu no solo le viniera bien leerse a Horacio o a Goethe, sino que también debería verse unos cuantos westerns (empezando por los de John Ford) de esos en donde el paisaje, el carácter de los personajes y la historia que se contaban eran una sola y misma cosa. Y ya puestos, que se revea también las películas de Spielberg y Malick. Y las de Peter Weir. Y Dersu Uzala. Ostias.
La fotografía de las películas de Malick no es un simple añadido estético. No es una colección de fondos de escritorio con las que apabullar al espectador mediante paisajes de infarto. El aliento lírico de su fotografía tiene una equivalencia perfecta con unas historias que fluyen sin cortapisas, naturalmente, sin encajes ni cronómetros. Malick siempre nos habla de la vida y del ser humano desde una perspectiva renacentista con la que no sólo comparte paleta. Sus temas, sus personajes, sus contextos invitan siempre a reflexionar sobre lo humano y lo divino, lo firme y lo que se desliza silenciosamente en la oscura ambigüedad. No son estereotipadas historias de venganza resultas ad hoc en nombre del Dios verdadero.
Iñárritu, con sus planos ultramedidos e hiperestudiados, anula cualquier posible lirismo mediante una extenuante sucesión de postales retocadas. La naturalidad (la naturaleza en su acepción literal) de Malick y Lubezki es aplastada en pos de la imagen definitiva. Pero son imágenes que poco tienen que ver con la historia que se nos cuenta, poco más que un decorado bonito. Quizá a Iñárritu no solo le viniera bien leerse a Horacio o a Goethe, sino que también debería verse unos cuantos westerns (empezando por los de John Ford) de esos en donde el paisaje, el carácter de los personajes y la historia que se contaban eran una sola y misma cosa. Y ya puestos, que se revea también las películas de Spielberg y Malick. Y las de Peter Weir. Y Dersu Uzala. Ostias.