La protagonista de “Una joven prometedora” emprende una venganza para hacer justicia a una amiga que fue violada y se quitó la vida. Su peculiar plan no pretende saldar cuentas con el violador sino con el sexo masculino en su totalidad, porque todos somos un poco culpables de aquella muerte. Tú también.

Cada noche la atractiva Carey Mulligan finge ebriedad en discotecas para dejarse atrapar por ligones incautos que creen haberla seducido. Nada más lejos de la realidad. La intención de Mulligan no es ligar con babosos sino desenmascarar sus intenciones, ridiculizar sus bajos instintos y en definitiva demostrar que todo hombre oculta un pervertido. Mulligan no mata a sus víctimas, solamente las reprende. Su única arma es una reflexión moral que lanza a su adversario como un sermón de colegio de monjas. En un mundo como el actual, dominado por el sexo, este discurso puede parecer antiguo, pero la nueva izquierda ha logrado que las viejas obviedades parezcan nuevas injusticias.

El espectador más escéptico podrá tachar de ridículo el humor negro de la película, que nunca llega a ser una comedia completa, sólo faltaría que la protagonista fuera objeto de burla. El feminismo no está para bromas así que el tono busca su lugar, como pollo sin cabeza, entre el drama, la sátira y en el peor de los casos “American Pie”.

El ministerio español de asuntos feministas que dirige Irene Montero habrá aplaudido la película con la misma alegría que Houston cuando Neil Armstrong pisó la Luna. El proyecto feminista global ha vencido y la política ha ganado su Oscar al guión original. El mundo se ha convertido en una película. Una gran ilusión fuera de la realidad.