Con una narrativa tensa, formas estilizadas y sentido verista (no exento de ritualizada belleza), el director condujo al espectador a la primera línea de fuego. Con intención de exorcizar su doloroso pasado belicista, Oliver Stone realizó esta obra, pero, para el público, significó una película “mantra”, una experiencia con la que los espectadores vivieron más emociones de las que el propio director esperaba.

Al captar objetivamente los horrores de la muerte en combate, fue esta la primera película realista sobre la guerra de Vietnam, más allá de la expiación de sus demonios personales. Oliver Stone creó un “alter ego” para redimirse: el idealista soldado Taylor. Y así pudo testimoniar su amarga participación en el infierno vietnamita, llave de paso para retraer la política militar e intervencionista americana.