Tan popular hoy día como “Casablanca” o “Lo que el viento se llevó”, estamos ante la película más comercial de toda la filmografía de su afamado director, a pesar de estar hecha con bajo presupuesto, inicialmente destinada a la TV, y en blanco y negro en una época en que todo su cine era prácticamente en color.

Al cabo de sesenta años y después de haber sido mil veces imitada y nunca superada, no sabe uno qué admirar más: si la dirección de Hitchcock, en una lección de cine puro guiando en todo momento las emociones del público; o el diabólico e inteligente guion, preparando sus sorpresas y giros inesperados en los momentos más insospechados, y avanzando in crescendo desde el arranque hasta el sorprendente final; o el elaborado montaje que no sólo se hace evidente en la famosísima secuencia de la ducha, pues tiene otras que rayan a la misma altura; o las interpretaciones de Anthony Perkins, en un personaje que le marcó para toda su vida, y de Janet Leigh, muy lejos de sus dulces papeles habituales; o la impecable fotografía en blanco y negro (¡impensable en color!). La música de Bernard Herrmann, compositor asociado a la etapa más fructífera del maestro, ha pasado a la inmortalidad.

Es bien sabido que en la época de su estreno Hitchcock, como productor del filme, prohibió expresamente que en ningún cine del mundo se dejara entrar a ningún espectador una vez comenzada la proyección de “Psicosis”. Además, cuentan que hizo jurar durante el rodaje a todos los actores y técnicos que no revelarían a nadie el final. Vista la película, nos explicamos tales rigideces. Hoy día, y dado el tiempo transcurrido, no llegaremos a tanto; si la estamos viendo en video o en TV y alguien alguien llama, se le puede abrir. Pero podemos dejar todo el tiempo apagado el móvil. Algo es algo.