No destaca precisamente por la originalidad de su argumento: una nueva versión del clásico “Raíces profundas”, con la semejanza de personajes y situaciones aunque con suficiente personalidad y estilo propios como para que resulte, en definitiva, más diferente de lo que aparenta. Tampoco por su línea temática, tan prototípica del género western: la eterna lucha del Bien y el Mal, los débiles frente a los poderosos, y alguien que viene de fuera y que hará que cambie el orden establecido (¡me encantan las pelis en las que “alguien llega” y empiezan a cambiar las cosas!).

Lo que hace verdaderamente interesante “El jinete pálido” es la brillante realización de Clint Eastwood: desde su vigoroso arranque, siguiendo con un progresivo desarrollo dramático y culminando en un perfecto acabado. Pero lo más importante es que el célebre actor-realizador, cuando ya llevaba 15 años dirigiendo películas, consideradas en general como puros productos de consumo más o menos violentos, por fin llamó la atención de la crítica mundial al descubrir con este título a un cineasta de un sólido clasicismo que valía la pena seguir en adelante. La flauta no sonó por casualidad; cierto que luego hizo unas cuantas películas muy inferiores, pero “El jinete pálido”, además de ser una excelente película del Oeste, anunció con antelación la serie de grandes obras maestras que nos legaría en las dos décadas siguientes.

Me gusta TODO en esta película: el guion, los personajes principales y los secundarios, las situaciones, los diálogos, las grandes montañas, los bosques, los ríos, las miradas, los silencios, la presencia altiva y fantasmagórica del protagonista como alguien del pasado que pudo estar muerto y aparece para ejecutar su venganza, la historia de amor que se deja entrever en ciertos momentos, la cálida y hermosa fotografía, la música de Lennie Niehaus, colaborador del director en muchas de sus películas… En fin, TODO. Es uno de mis westerns preferidos, la he visto muchísimas veces y, cada vez que vuelvo a verla, el placer está asegurado.