Empieza la película.

Ritmo desenfrenado de imágenes para describir a un superpolicia británico que dejaría a cualquier 007 como un zoquete retrasado. Comportamiento estricto, moral inquebrantable, dedicación absoluta… demasiado bueno para London así que lo mandan a un pueblico tranquilo del condado de Whathefuck.

Aquí ya saltan las alarmas. Ojo que se acerca un “Seven surnames of Salisbury” con chistecillos sobre las diferencias culturales entre la urbe y la campiña.

Todo poli tiene su compañero y a este no le falta el suyo. No podía faltar el “contrapunto”, el antihéroe, ese Sancho Panza bonachón que permite ese recurso fácil que no ha fallado desde hace cinco siglos: la sanchificación del quijote de turno, la quijotización del su compañero lerdo y/o gordo.

Al llegar a este punto, las alarmas antitruños ya no paran de sonar.

Lo demás es lo previsible, chistecillos para pasar el rato, una trama chusca con algún asesinato para que el Sherlock de turno pueda lucirse y pistas “escondidas” en diálogos “ingeniosos” para que cualquiera que no sea completamente lerdo pueda ya adivinar de que va la vaina a mitad de película (aunque si no es completamente lerdo a mitad de película debería haber dejado de verla, no como yo, que soy gilipollas).

Todo esto con una colección de personajes que ríete del Cluedo y de Guy Ritchie y que hace que el final se prolongue hasta el infinito porque, como si fuese una película de Bud Spencer, los malos van cayendo uno a uno y casi todos con contusión craneoencefálica porque (siguiendo el mejor estilo Equipo A) ninguno de ellos puede morir de un disparo, aunque nuestro queridísimo héroe vaya armado hasta las trancas.

Por otro lado, la menestra de géneros (thriller, acción, comedia, terror, Western y que se yo) viene aderezado por un cargante montaje tipo videoclip propio de un alumno repelente de ciencias de la comunicación que quiere meter todos los recursos que ha aprendido sin importarle si vienen a cuento o no.

En definitiva, fatal, mucho fatal.