Es una película que me hubiera gustado ver de niño, cuando sentía fascinación por los tigres. Además, seguro que se disfruta más si la imaginación participa tanto o más que el razonamiento, incluso más que el corazón. Y no es que le falta emotividad, ni contenido, antes al contrario, es una película con corazón y con músculo, nada delirante, incluso se puede afirmar que es una película académica en cierta forma, con introducción, nudo y desenlace, como en la novela en la que se basa. Pero al mismo tiempo es una película muy plástica, repleta de imágenes bellas, de imágenes sugerentes, de imágenes que la imaginación puede paladear y saborear como nadie.

Una fábula, un cuento, una historia que resulta más verosímil que las propias imágenes que la desarrollan. Y esa es quizá la mayor singularidad de una película más que singular, ya que mientras que lo más habitual en el cine es que las imágenes contribuyan a dotar de credibilidad a la normalmente increíble historia que nos presentan, en esta ocasión las imágenes que desarrollan la historia son tan increíbles como la propia historia. O dicho de otra manera, son nuestros ojos los que no dan crédito a lo que ven, por más que podamos creer lo que nos cuentan.
Un joven bondadoso y perspicaz, una pequeña barca, un mar insondable lleno de vida, un tigre de carne y hueso. Y muchas cosas más, pero sobre todo una increíble historia (o fábula) que contar. Una película que se disfruta y que se recuerda.