La película es preciosa. ¿Cómo un personaje tan frío, oscuro, no-humano y por tanto tan extraño como Eduardo se hace con los corazones de los ciudadanos de una Burtoniana ciudad y, lo que es más complicado a priori, de los espectadores de la película?

La respuesta es muy fácil: todos hemos sido marginados alguna vez en nuestra vida, y eso es lo que le pasa al pequeño Manostijeras. Por tanto, todos tenemos un Eduardo Manostijeras en el interior. Qué listo Burton usando lo que bien podría llamarse "chantaje empático".

Pues bien, ese sencillo recurso utilizado (una vez más) por el genio Tim Burton es lo que hace a esta película tan preciosa como digo. Ni los actores (soberbios), ni la ambientación (perfecta), ni la historia (inolvidable). Es ese sentido empático, esa moraleja de "todos somos menos que cualquiera" es lo que marca la diferencia en Manostijeras. Como en los mejores cuentos.