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Voto de el pastor de la polvorosa:
8
Drama. Romance Se llaman Alex (Denis Lavant) y Mireille (Mireille Perrier). Han nacido en 1960 y viven en París, pero aún no se conocen. Famosa ópera prima de Leos Cárax, que, además de mostrar reminiscencias del cine mudo, refleja la influencia de cineastas como Cocteau, Dreyer, Godard o Bresson. La crítica francesa calificó a Leos Cárax como el único cineasta auténtico de los 80. (FILMAFFINITY)
15 de enero de 2013
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Boy meets girl es un melodrama oscuro de corazones rotos y angustia adolescente, narrado con gran brillantez formal por el joven Leos Carax.

El formalismo de la película se advierte desde su construcción simétrica: se abre con una imagen de una pared con estrellas y una ventana, y se cierra con las estrellas en el cielo, vistas desde otra ventana; tanto la primera como la última escena están bajo el signo del agua.

Se diría que Mireille Perrier se corta el pelo, en un momento dado, para ser como Anna Karina en Banda aparte (y también baila, pero en este caso sola). La película en sí misma parece un cruce entre A bout de souffle y La maman et la putain: un resumen del cine francés de los años 60 y 70 ejecutado por el alumno más listo de la clase.

Con una visión más amplia, podría decirse que entronca en la tradición francesa de obras sobre adolescentes (más o menos tardíos), y participa de la intensidad de El diablo en el cuerpo y de la melancolía onírica de El gran Meaulnes -aunque, en este caso, en tiempo de paz, y en un entorno urbano. Es sorprendente la capacidad de Carax para encontrar el misterio en las cosas más banales: por ejemplo, la escena en que unos asiáticos contemplan el interior de una máquina de pinball en proceso de reparación.

La película también tiene un lado bizarre y descarado, lleno de ocurrencias que pueden sorprender o molestar. Carax aprendió quizá de Godard que el cineasta, si aspira a ser creativo, no puede pretender obras redondas destinadas a convencer a un público lo más amplio posible, sino que ha de hurgar en sus propias obsesiones, sin apenas censura, como base para el acceso, tentativo y experimental, acaso a una verdad personal y profunda, acaso a otro lugar...

Se diría también que la película tiene una base autobiográfica, que retrata al artista adolescente (el nombre Alex se oculta dentro de LEos carAX) tanto en sus poses como en sus dramas íntimos. Su visión desesperada de las relaciones amorosas tiene también, no obstante, algo de pose, como si el autor se empeñara en seguir el mandato con el que André Breton quiso prolongar en el siglo XX otra tradición francesa, la de los poetas malditos: “La belleza será convulsiva, o no será”.

Como la bañera de la escena final, Boy meets girl desborda de ideas, tanto en la estructura de la narración como en la creación de potentes imágenes. En ella el cómo importa más que el qué, y el todo vale menos que la suma de sus partes: la película resulta finalmente menos molesta por su arrogancia y debilidades que inspiradora y convincente por sus hallazgos. Porque, como decía Karl Kraus: “Lo que vive del tema, muere con el tema. Lo que vive en el lenguaje, vive en el lenguaje”.
el pastor de la polvorosa
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