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Voto de el pastor de la polvorosa:
7
6,3
15.456
Drama
Un día en la vida de Monsieur Oscar: un hombre que se traslada, en una lujosa limusina blanca conducida por Céline, de trabajo en trabajo. Para cada uno de ellos adopta una nueva personalidad: mendigo, monstruo, asesino, padre de familia... (FILMAFFINITY)
7 de enero de 2013
31 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Brillante artefacto postmoderno, bella pompa de jabón que no acaba de estallar a lo largo de su deriva de múltiples reflejos, mezcla de folletín en la estela de Los misterios de Paris y videojuego, de álbum pop de concepción unitaria (como sugería José Luis) y sucesión de números de circo, Holy motors ha conseguido concitar la fascinación y el desprecio más absolutos, como puede observarse mediante un simple vistazo a las críticas presentes en esta página.
Dentro de esta dialéctica de adoración y odio tan extremos en que se inscribe la recepción de la película, ¿es posible una síntesis que no caiga en la tibieza?
Una de los rasgos de la película es la sorpresa permanente, así que continúo más abajo.
Dentro de esta dialéctica de adoración y odio tan extremos en que se inscribe la recepción de la película, ¿es posible una síntesis que no caiga en la tibieza?
Una de los rasgos de la película es la sorpresa permanente, así que continúo más abajo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
En mi opinión, la película brilla en sus partes más lúdicas: la captura de movimientos de carreras y una danza erótica circense en la fábrica de diseño de videojuegos, o el episodio que culmina en la pietá jodorovskiana (como decía Raquel) de Monsieur Merde y Eva Mendes; y decae en las que fingen ser más profundas o melodramáticas, como la escena con la hija que vuelve de la fiesta (que parece una parodia de la auto-ayuda), la del moribundo y su sobrina-esposa coja (¿referencia a Tristana?), y la final, especialmente.
La tensión entre forma y contenido se resuelve siempre a favor de aquella, una elección que podemos analizar brevemente a partir del episodio de los almacenes Samaritaine: la historia de la pareja que se reencuentra casualmente está sólo esbozada, limitada a una serie de referencias triviales sobre su pasado, sin tiempo (se diría que irónicamente) para que puedan siquiera explicarse entre ellos. Pero todo esto parece una limitación programática, para que la intensidad del reencuentro pueda expresarse formalmente a través de la suntuosa escenografía de los almacenes ruinosos con restos de maniquíes descabezados, de las panorámicas nocturnas de París enmarcadas por las grandes letras de la azotea del edificio, de la canción de Neil Hannon, a un tiempo emotiva y autoirónica, o del movimiento de grúa que asciende brutalmente a lo largo de la galería hasta el rostro de Kylie Minogue (un gesto operístico).
El problema que da lugar al desprecio de algunos, desde mi punto de vista, es que la película como conjunto no termina de cerrarse más que de forma autorreferencial, de modo que su contenido parece limitarse a una terapia personal del director (apartado del cine, supongo que por ausencia de financiación, durante un periodo de casi 20 años, salvo breves irrupciones): es una metáfora de la creación hecha por alguien desengañado de la industria y del público del cine, que expresa este desencanto con una peculiar mezcla de sarcasmo, superioridad y autocompasión. Su humor, muy presente, es flaubertiano, el de alguien que dedica buena parte de su obra a evocar la estupidez universal.
Y la película se plantea como un desafío casi insultante en este sentido, en la que el director parece decirnos a cada espectador: o estás conmigo hasta el final o, de lo contrario, soy yo el que está contra ti. (Esta animadversión ha sido captada perfectamente por los que la puntúan con 1 estrella.)
LeOS CARax, en mitad del camino de la vida, se pregunta a sí mismo: si la gente va a las salas a dormir, si ya nadie quiere acción... ¿por qué empeñarse en esta tarea tan exigente, que casi acaba con la vida propia del artista y no le concede ningún descanso, ningún reconocimiento?
Por la belleza del gesto, responde el protagonista, Monsieur Oscar, alter ego del director-transformista; aunque nadie lo vea.
Y la película nos ofrece, más allá de su discutible planteamiento, un brillante desfile de bellos gestos y poderosas imágenes, y por aquí enlazamos con su capacidad de fascinación.
Ejemplo de cine de autor en el sentido más egocéntrico de la expresión, molestará a los que no soporten estas formas de exhibicionismo, o a quienes demanden un contenido a la altura de la forma; y entusiasmará a los hijos, naturales o adoptivos, de la cultura pop, que hayan superado el anhelo de trascendencia en su relación con el placer estético.
La tensión entre forma y contenido se resuelve siempre a favor de aquella, una elección que podemos analizar brevemente a partir del episodio de los almacenes Samaritaine: la historia de la pareja que se reencuentra casualmente está sólo esbozada, limitada a una serie de referencias triviales sobre su pasado, sin tiempo (se diría que irónicamente) para que puedan siquiera explicarse entre ellos. Pero todo esto parece una limitación programática, para que la intensidad del reencuentro pueda expresarse formalmente a través de la suntuosa escenografía de los almacenes ruinosos con restos de maniquíes descabezados, de las panorámicas nocturnas de París enmarcadas por las grandes letras de la azotea del edificio, de la canción de Neil Hannon, a un tiempo emotiva y autoirónica, o del movimiento de grúa que asciende brutalmente a lo largo de la galería hasta el rostro de Kylie Minogue (un gesto operístico).
El problema que da lugar al desprecio de algunos, desde mi punto de vista, es que la película como conjunto no termina de cerrarse más que de forma autorreferencial, de modo que su contenido parece limitarse a una terapia personal del director (apartado del cine, supongo que por ausencia de financiación, durante un periodo de casi 20 años, salvo breves irrupciones): es una metáfora de la creación hecha por alguien desengañado de la industria y del público del cine, que expresa este desencanto con una peculiar mezcla de sarcasmo, superioridad y autocompasión. Su humor, muy presente, es flaubertiano, el de alguien que dedica buena parte de su obra a evocar la estupidez universal.
Y la película se plantea como un desafío casi insultante en este sentido, en la que el director parece decirnos a cada espectador: o estás conmigo hasta el final o, de lo contrario, soy yo el que está contra ti. (Esta animadversión ha sido captada perfectamente por los que la puntúan con 1 estrella.)
LeOS CARax, en mitad del camino de la vida, se pregunta a sí mismo: si la gente va a las salas a dormir, si ya nadie quiere acción... ¿por qué empeñarse en esta tarea tan exigente, que casi acaba con la vida propia del artista y no le concede ningún descanso, ningún reconocimiento?
Por la belleza del gesto, responde el protagonista, Monsieur Oscar, alter ego del director-transformista; aunque nadie lo vea.
Y la película nos ofrece, más allá de su discutible planteamiento, un brillante desfile de bellos gestos y poderosas imágenes, y por aquí enlazamos con su capacidad de fascinación.
Ejemplo de cine de autor en el sentido más egocéntrico de la expresión, molestará a los que no soporten estas formas de exhibicionismo, o a quienes demanden un contenido a la altura de la forma; y entusiasmará a los hijos, naturales o adoptivos, de la cultura pop, que hayan superado el anhelo de trascendencia en su relación con el placer estético.