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Voto de el pastor de la polvorosa:
8
Drama Siglo XVI. En Francia, durante las guerras de religión entre católicos y protestantes, el rey Carlos IX y su madre, Catalina de Medicis, conciertan el matrimonio de la princesa Margarita de Valois con el rey de Navarra, el protestante Enrique de Borbón, con la intención de poner fin así a las sangrientas luchas entre los dos bandos. (FILMAFFINITY)
14 de agosto de 2013
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La reina Margot no tiene nada que ver con las clásicas superproducciones históricas del cine británico, americano o francés. No pretende dar información rigurosa ni verosimilitud argumental, sino pura emoción: por ello adapta un folletín de Dumas y no la historia “real”; la ambientación y el contexto (la Francia del siglo XVI, con los enfrentamientos entre católicos y hugonotes que eclosionan en la matanza de la noche de San Bartolomé) no son un fin en sí mismos sino un manto, una coartada para que el espectador acepte un melodrama “bigger than life”, una historia operística salpicada de sangre y veneno, de reyes sometidos, princesas ninfómanas, cortesanos maquiavélicos y esbirros de lealtad a toda prueba.

La película alumbra el relato de Dumas en un mundo muy diferente al de Dumas, por el que han pasado Freud y Foucault, Stanislavski y Artaud, Francis Bacon y el peplum, Don Carlos de Verdi y Salomé de Richard Strauss.

Melodrama sin música (pese a Goran Bregovic), el canto ausente lo sustituyen las miradas y los cuerpos de los actores -Serge Daney definió a Patrice Chéreau como “amante de la carne fresca”: Adjani y su belleza verdaderamente regia, ardiente y gélida a un tiempo, Daniel Auteuil, despeinado y pragmático, Vincent Perez como una especie de San Sebastián bisexual, Virna Lisi como la bruja de los cuentos -la madre de Blancanieves-, una Herodías de la Edad Moderna.

La narración, muy eficaz, avanza con gran velocidad para mantener el metraje dentro de unos márgenes admisibles por el gran público; a medida que avanza la proyección el ritmo se acelera, los lances y sorpresas se suceden sin tregua, las escenas se reducen a sus momentos de clímax.

Puede que Chéreau no sea el mejor director de cine que ha dado Francia en las últimas décadas, pero sí es uno de sus más importantes hombres de teatro: discípulo de Giorgio Strehler en Milán, consagrado desde su juventud por la puesta en escena del Anillo del nibelungo de Wagner para el festival de Bayreuth en la producción del centenario del estreno. Basado en una planificación muy fragmentada, con predominio de tomas con teleobjetivo, su sentido de la composición cinematográfica se revela como bastante inferior a su capacidad de trabajo con los actores, y delata su condición de relativo advenedizo en el mundo del cine.

Pero esto no anula los logros de la película, que alcanza con creces su objetivo de generar intensidad y emoción a raudales, con una mezcla de sensacionalismo y refinamiento, estilización, sensualidad y violencia; como si sus artífices quisieran refutar a Stendhal y su diagnóstico de que los franceses son incapaces de toda pasión no relacionada con la vanidad.
el pastor de la polvorosa
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