Audaz obra maestra donde una vez más (como también lo hacía en La pianista) Haneke llega a agobiar hasta el desasosiego más atroz, consiguiendo una de las mejores películas sobre terror social de los últimos años. Cuestionándose a veces la historia y doblegando las leyes normales de la ficción cinematográfica (ese personaje preguntando al espectador...) se permite contar una historia que ni siquiera tiene final. Ya veremos lo que hace el director en su versión americana, no sé si hace falta que la haga; si los americanos quieren verla, que consigan la original. A muchos de nosotros ya nos vale con los devastadores juegos originales que nos entrega Haneke.