Hollywood al rescate, tras de los graves incidentes raciales acontecidos de un tiempo a esta parte en Norteamérica, nada mejor para templar los ánimos que poner a funcionar su maquinaria más poderosa de entretenimiento, a través de una historia con base interracial, un recurso que, dicho sea de paso, tiene bastante presencia en el cine para adultos, ese género que nadie admite tener entre sus aficiones.

Pero dejando a un lado consideraciones políticas y sociales, lo que Focus ofrece es un viaje por ese cine de estafas y robos de guante blanco, en el que sus protagonistas van a la última en maneras y elegancia, abrazando el estiloso terreno de lo que hoy conocemos como cool, termino de moda empleado para decir, en otro idioma, que la cosa mola, o que al menos, tiene esa vocación entre sus objetivos principales.

Detrás de la cámara, se encuentran Glenn Ficarra y John Requa, en su tercera película como realizadores, tras "Philip Morris ¡Te Quiero!" (2009), "Crazy, Stupid, Love" (2011), y un breve paso por el medio televisivo, que en conjunto, arrojan un saldo irregular, con breves destellos de interés, pero sin esa fórmula concreta para la convicción, que ya deberían haber mostrado a estas alturas, para despertar un mínimo interés en el sobresaturado panorama actual.

Partiendo de una manifiesta intención por lo visual, y situando su desarrollo argumental en la típica sucesión de giros sorpresa, el nuevo film de Ficarra y Requa adolece de los mismos favores y defectos ya mencionados, juega a ser un sofisticado ejercicio de distinción cinematográfica, pero se pierde en un ritmo excesivamente estático, que acaba por desembocar en puro tedio, difuminando casi por completo, sus escasos hallazgos iniciales.

En el reparto, un Will Smith siempre encantador, que nunca dejará de ser el príncipe descarado, con la merma que eso supone, por muy simpático que pueda caernos a todos, para su credibilidad como actor, bien acompañado por la australiana Margot Robbie, algo masticada por el éxito de aquel lobo, pero igualmente preciosa y cumplidora.

Finalmente, la recomendación de la cinta queda prácticamente desterrada para la comunidad cinéfila, sencillamente, porque muy pocos quedarán seducidos por su tramposa e insustancial propuesta. Para el resto, ese público soberano que es el que realmente llena las salas y hace girar el planeta cine, este facilón producto de consumo quizá resulte algo más atractivo, pese a que ninguno podrá poner en duda, lo terriblemente alejado que se queda de poder ser calificado como memorable.




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