Crepuscular western, su título ya lo presagia, del gran Robert Aldrich, aunque para muchos es considerada una obra menor creo que alberga no pocas cualidades que hacen de ella una mención más que especial.

El director afrontó el proyecto tras labrarse un nombre gracias a producciones de género más o menos conocidas como “Apache” con Burt Lancaster, “Veracruz” con Gary Cooper o “¡Ataque!” ese clásico antibelicista olvidado con un sobrecogedor Jack Palance como protagonista. Supone un punto de referencia en su trayectoria ya que solo un año después asombraría al mundo con esa maravilla que es “¿Qué fue de Baby Jane?” y posteriormente con sus icónicas películas que todos conocemos “El vuelo del Fénix”, “Doce del patíbulo”, “Comando en el mar de China” o “El emperador del Norte”.

El guion corre a cargo de uno de los malditos de Hollywood, Dalton Trumbo, quien adaptó con certera visión la novela de Howard Rigsby dándole más peso a los personajes y a su relación con el entorno desértico (magnéticos paisajes y un trato del color exquisito, por momentos parece que el espectador está contemplando un cuadro expresionista).

El peso fuerte del film, no obstante, recae en los actores. La película no deja de tener una puesta en escena que bebe directamente del teatro y por lo tanto la historia se sustenta en las prodigiosas interpretaciones del triángulo protagónico, Dorothy Malone demuestra con creces que es muchísimo más que una cara atractiva, y el duelo entre Rock Hudson y Kirk Douglas es oro puro cinematográficamente hablando. Ambos actores desarrollan personajes poderosos, antagónicos y con una profundidad muy lejos de los westerns al uso.
Mención especial para Joseph Cotten que tiene un papel como secundario y ciertamente aporta veteranía y saber hacer.

La historia se desarrolla como un clásico más del Oeste con un forajido perseguido por un sheriff con quién le une una fatídica historia en el pasado, ambos tienen que unir fuerzas para entregar una partida de ganado y de esta forma, ayudar a madre e hija en apuros. Sin embargo, desde el mismo momento en que los personajes van desnudándose al espectador, asistimos a un laberinto de miradas furtivas, pasiones ocultas, odios y reproches multiplicados por el paso de los años que acabarán de forma dramática, una para nada velada aparición del incesto incluida, y un secreto inconfesable que irremediablemente saldrá a la luz.

El film cuenta con escenas que son puro cine clásico y que colmará al espectador más exigente, como el gran Kirk Douglas (que viste de un rockero traje negro durante todo el metraje) cantando “Cucurrucucú paloma” en un más que aceptable castellano o el vestido amarillo que lleva Carol Lynley.

Más cine, por favor.