Obra maestra de Orson Welles con un antológico plano secuencia inicial, digno de ser exhibido en las mejores escuelas de cine.

A destacar su magisterio en la puesta en escena y en la creación de una impactante imaginería, haciendo valer su inigualable capacidad visual llena de deslumbrante expresividad por medio de impresionantes contrastes lumínicos, de una valiosa utilización de los escenarios, del puntual uso del sonido como motor de la narración, de los contrapicados, de los travellings, de la profundidad de campo o de la técnica del gran angular.

Pero lejos de ser pueril, este imponente enfoque estético le sirve a Welles para enfatizar magistralmente la atmósfera viciada y tensa que envuelve a esta intriga criminal, y para conducir con indudable talento una historia de corrupción generalizada que enfrenta a dos métodos policiales muy distintos en pos de establecer justicia y en base al trasfondo psicológico de sus principales personajes.

La música de Henry Mancini es sensacional, al igual que la fotografía de Russell Metty y las interpretaciones de unos extraordinarios Charlton Heston y Orson Welles, quien vuelve a evidenciar que a parte de ser uno de los más grandes cineastas que han existido, era un espléndido actor.