La idea de la película (el vínculo entre el final del Imperio Romano y, más concretamente, entre el emperador-niño Rómulo Augústulo y por otra parte la leyenda artúrica) no estaba mal, daba bastante de sí.
Pero la realización es horrible: personajes planos, sin ninguna complejidad, de cómic infantil, y con secuencias de batallas de espadas que parecen constituir el espectáculo y el centro de la película.
Los malos (los godos, los germanos) son muy malos, y solo les falta oler mal. Los buenos son muy buenos, se llevan bien entre ellos y al chico y la chica sólo les falta adoptar al niño-emperador y constituir una familia moderna.
Lo único que se salva (visualmente) es la actriz india, con esos ojos tan preciosos y la voz tan seductora que le ponen en la versión española.
Por cierto: por qué las voces de niño en las versiones españolas de las películas son tan insufribles y, sobre todo, tan increíbles? Con ese castellano de niño urbanita de la España del siglo XXI no hay quien se crea al último emperador, ni de coña.