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España España · Málaga
Voto de Nuño:
8
Drama Una joven solitaria hace un trabajo mecánico y rutinario en una fábrica de cerillas. Cuando llega a casa debe soportar a su perverso padrastro y la falta de cariño de su madre. Por las noches sale a bailar intentando divertirse y encontrar pareja, pero nunca tiene suerte. (FILMAFFINITY)
21 de diciembre de 2013
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La he visto tres veces ya, y nunca me pregunto '¿por qué la película apenas tiene diálogos?'; más bien exclamo... '¡la película no necesita diálogos!'

El hombre de Tian'anmen, el Ayatolá Jomeini... Toda esa trascendencia queda lejos. Incluso el Papa besando suelo escandinavo. La grandeza apenas roza la vida de Iris; llegan ecos de ella a través de lo que exhibe la pantalla de un tosco televisor, de escasas 15 pulgadas.

Nadie la ha sacado a la pista de baile. Intenta disimular cierto azoro, mientras las sombras de las parejas danzando se proyectan en la pared y en su rostro. Preciosa forma que tiene Kaurismäki de mostrarnos que la ilusión de Iris por encontrar compañero es un espectro que orbita su cabeza.

Suenan canciones que hablan de amor, que hablan de desear a la mujer. Son bellas y arrebatadas. Ella apura su café en silencio, y escucha.

Silencio absoluto. Cuando se rompe, es para escuchar 'puta'. Luego, el silencio vuelve. El director no busca el discurso grave; busca el escalofrío agudo.

Escribe una carta; sentida, sincera, con el alma en un puño. Obtiene una frase lapidaria y despectiva como contestación.

Recibe un regalo y ya lo tenía.

Toda esa desazón, esa penuria eterna, no va dirigida a que, en la recta final, Iris pase de víctima a heroína redimida por un cambio de azares: ella acaba pasando de ser víctima a ser verdugo. No hay concesión al happy-end spielbergiano. No hay brochazo de color púrpura. El mundo no es una fábrica de cerillas; pero sí de monstruos. Es imposible saber qué ocurrió mal en una cadena que lleva años en marcha, en feroz automatismo. Quizás el problema resida en cómo funciona. Quizás no debiera estar en marcha.

¿Tanta tristeza no deviene en sensiblonería? No. Kaurismäki hace lo que me gustaría gritar en la ceremonia de los Oscars, lo que cualquier director que se ponga al mando de un melodrama debería respetar: NO rotundo al subrayado. Kaurismäki expone, como bien apunta el compañero Archilupo, imágenes diáfanas, sencillas y universales. Sin adulterar. Kaurismäki te toma por buen espectador. Jamás ganaría un Oscar.

Iris acepta su destino, después de coger su tristeza, estrellarla contra la pared y romperla en mil pedazos.

De lo que ocurre después, nadie sabe nada.

Gracias.
Nuño
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