Cinema paradiso traza líneas invisibles que atraviesan tiempos nunca contados. La belleza de la historia sólo se percibe con el transcurrir de los abriles, con el ir pletórico y el venir viejo y cansado, con la pérdida de nuestra esencia si en el pasado la buscamos.
La nostalgia sólo se comprende al despertarnos un día habiendo soñado con un recuerdo, porque ahí se circunscribe la esfera de lo memorable, bajo la idealización de parte de nuestra vida que parecía olvidada en la continua metamorfosis del día a día.

Totó es el niño que corretea por la infancia de cada uno de nosotros, tropezando en el primer amor y levantándose sólo para coger impulso, ya que su juventud le obliga a no desfallecer con los golpes. Totó busca a su padre escondido, corre por la plaza envuelto en polvo, observa las esquinas y espera a que aparezca en cualquier momento con noticias sobre el final de la guerra, su padre se encuentra tan agazapado en la muerte que ya olvidó las reglas del juego. Nosotros aguardamos junto al niño, alguna acaricia le recorre la nuca, mientras un grandullón con bigote recorre el difuso camino que existe entre el Cinema Paradiso y el centro de la plaza.
La desesperación de Totó encuentra a un Alfredo que ya hace tiempo le regaña y aconseja, su figura paternal agarra nuestro corazón y lo zarandea porque aprendemos a quererlo al mismo ritmo que el pequeño crece y viste adolescencia. Las tragedias se hilan para deshilacharse en una descomposición emotiva perfecta, ya que la aguja atraviesa cuarenta años de un mundo que ya no existe, aunque dicen que fue el nuestro.
Maravilla comprobar que la sutileza en el espectáculo del cine aún es posible, la industrialización late en el film de Tornatore, pero lo hace a paso simétrico, calculado, frío en su conclusión. Poco a poco nos acostumbramos a que el triple Bypass destruya el alma del pueblo en el que vivieron.

Para el final aún no se han inventado palabras con las que poder describirlo, la genialidad es sobrepasada en un entender redondo y complejo. El regalo de Alfredo tapa las esencias de la vida, que se acumulaban en una caja prohibida con la que Totó creció y después dejó atrás al hacerse mayor.