Hace años, Tarantino sorprendió al mundo con una manera de contar las cosas diferente, con una estructura narrativa realmente original, con un control del tiempo absolutamente innovador, con unos guiones sólidos a veces sustentados en diálogos absurdos pero que dotaban a sus películas de un sentido del humor muy especial, con una música al servicio de la historia y con unos guiños a las miles de películas de serie A y de serie B que se había visto, con mucha frecura y con un toque pulp, underground y hasta gamberro.

Malditos Bastardos puede ser una película interesante si se olvida que quien la firma es el mismo tipo que hizo Reservoir Dogs y Pulp Fiction, por mucho que la música se encargue desde el principio en recordarnos una y otra vez a Kill Bill y a la tendencia de este grandísimo director de hace un espaguetti western de cualquier historia.

En esta ocasión el escenario de la venganza es la Francia ocupada por los nazis y la historia se construye a base de varias historias que se terminan entremezclando. Por desgracia, nada original. La historia de una venganza que se va gestando de manera interminable a lo largo de dos horas y media recuerda demasiado a Kill Bill. Eso sí, la violencia es infinitamente menos explícita. Una jovencita cinéfila francesa que resultó ser de lo mejor de la peli se encarga de hacer de Uma Thurman y una pandilla de soldados dirigidos por Brad Pitt sustituyen a la catana de Hattori Hanzo.

La película tiene escenas buenas, algunas incluso muy buenas, con tensión, con interés, tiene un inicio poderoso y atractivo y un final demoledor. Pero se pierde con tanto metraje. ¿Dónde están esos diálogos de antaño, Quentin? ¿Dónde está ese sentido del humor macabro y retorcido? ¿Por qué me aburrí con tu película hasta desear que terminara? ¿Por qué decidiste contar en dos horas y media lo que podías haber contado en una hora y tres cuartos? En tu defensa, podré decir que todo lo que haces lleva tu sello, que tu estilo es inconfundible y que tu cine tiene personalidad. Y eso ya es bastante.