Paterson, que vive en Paterson, que conduce autobuses. Que vive con su novia Laura, voluble y dispersa. Que todas las noches pasea a su perro Marvin y aprovecha para tomar una cerveza en el bar de siempre. Ese bar que nunca tendrá un televisor y donde se juega al ajedrez. Una vida sencilla, rutinaria, la vida de miles de millones de personas.

Pero Paterson, que vive en Paterson, que conduce autobuses, es un poeta. Escribe en un libro de notas y observa la vida con los ojos de la poesía. Y nosotros viajamos con él por su gris vida, pero también por sus poemas. Y por el amor incondicional que siente por Laura, por la serena camaradería de sus colegas del bar, por todo lo extraordinario que se esconde en lo más rutinario, en lo más monótono de su vida. De nuestras vidas.

Es difícil que a Jarmusch le vuelva a salir otra película así. En su punto justo de lirismo, en el nivel adecuado de costumbrismo, en el equilibrio perfecto entre lo profundo y lo pedante.

Hay películas que juegan con esa parte de nosotros mismos que nos empeñamos en ocultar, que hablan de los sentimientos, del arte, de la vida. Paterson es una de esas. Coge tu libreta y escribe un poema. Ah Ahá.