Hay algo extrañamente brillante en Zootopia. Algo inesperado, viniendo de quién viene. Que Disney, ese gigante del buen rollo, lo políticamente correcto y la dosis justa de diversión prefabricada se atreva a lanzar este noir de conejitas y zorros con un sustrato de crítica social es algo casi milagroso.

No es que los herederos del criogenizado Walt se hayan vuelto locos, por supuesto. No van a contratar a Ken Loach para su próximo mainstream, ni siquiera le interesa visitar, siquiera de pasada, el lado salvaje de la vida. Lo suyo sigue siendo el mensaje políticamente correcto, la comedia familiar y el sagrado respeto a las bases del american way of life que tantos réditos les han dado.

Pero en Zootopia hay algo más. Un puntito de acidez entre tanto merengue. Un atisbo de reflexión dentro de la consabida historia de superación, exaltación de la amistad y el respeto a las instituciones. Como si alguien hubiese dejado caer unas gotas del Chinatown de Polanski (lo juro por Billy Wilder) en el coctel habitual de Disney.

Y entre una animación que roza la perfección, unos personajes adorables para los más pequeños y un montón de guiños cinematográficos para los más talluditos, se cuenta una historia en la que debajo de la brillante luz de los dibujos se adivina cierta oscuridad. Lo que acaba dando la que probablemente sea una de las mejores películas de animación (y de no animación también) de los últimos tiempos.

Muy, muy recomendable