Esta película de comedia de 1988, no parece que le afecte el paso del tiempo. A pesar de todos estos años aún se mantiene tan fresca como la primera vez que la vi, lo que ni recuerdo, ni me pregunten que estaba de niño por aquellas fechas. Como muchas de estas películas de las que siempre nos quedó un buen recuerdo en nuestra memoria, siempre llega el día de volverlas a ver y ahora que sale la 2da parte, parece ser el momento ideal. Pero siempre el encuentro viene precedido de una cierta predisposición a que tal vez, los años no le pasaron dulcemente por encima y ya no me agrade, lo cual termine rompiendo ese recuerdo idílico. Pero esta vez, no fue así.

La película mantiene la armonía ideal entre las exageradas bondades que le son otorgadas al príncipe y el buen humor. En ningún momento vemos algo que esté demasiado forzado, las situaciones risibles parecen darse de manera fluida y los protagonistas forman parte de su universo sin saltarse ninguna norma y entran dentro del otro universo tal como debería ser, en actuaciones que aparentan ser sobrias, pero que desde ahí radica su verdadero humor, al no conocer lo chistosos que en realidad están siendo, cosa que combina a la perfección con la parte romántica de la historia que se desenvuelve no exenta de enredos a resolver y giros inesperados que resultan ininterrumpidos, para mantener un ritmo de interés arrolladoramente constante, que hace que no quieras perderte un instante de lo que ocurre.

Es todo lo que debe ser. Se merece su definición de clásico del cine de humor y mantiene su vigencia hasta nuestros días, impidiendo así que sea posible que pueda ser superada por segundas o terceras partes. Ya que su dulce trama está pensada para que inicie y cierre el círculo.