Desde el comienzo te das cuenta de que estás ante algo especial. Una mujer que parece de luto y que no habla. Una niña que habla por los codos. Madre e hija que están unidas pero que se reprochan algo la una a la otra. Ada ha dilapidado su reputación al ser madre soltera y se ha casado a distancia para darle un padre a la niña, sacrificándolo todo. La hija se siente desprotegida. En la cubierta del barco, con el piano encerrado, no tienen forma de comunicarse de verdad. Luego llegan a una playa salvaje, con olas violentas y abandonan el piano en un ambiente triste y deseperado. Hay humedad por todas partes. Barro. Tablas que dictan el camino entre los árboles. Niños que hacen el amor con árboles. Aborígenes que se asustan. Hay esperanza en el amor verdadero. Se masca la tragedia durante la segunda parte, más oscura aún si cabe. La niña que corre por el filo de las colinas bajo la lluvia y con una tecla de piano en la mano no augura nada bueno. Se te pone un nudo en la garganta hasta que el marido engañado mutila a su esposa. Y entonces los gritos se ven, no se oyen. Se avecina el suicidio y he aquí que la obsesión de Ada, su piano, se convierte en la obsesión del Capitán Ahab: una ballena cazada que se hunde en el océano. Ada enrolla su pie en la estacha y se deja arrastrar por la ballena (el piano que va camino de reposar en el fondo marino), pero tiene más suerte que el Capitán Ahab y es salvada en medio de una música envolvente que Nyman realmente había compuesto muchos años antes para un amigo fallecido.