Hay que darle chance a la historia. El inicio deja un hueco para el abandono, pero enseguida se mete en costal: la dictadura argentina. Los albores del final con toda la ola expansiva de la maldad y crueldad de la barbarie, para gozo de unos pocos. Fosas huérfanas de llanto obrero y humilde, abuelas de la Plaza de Mayo con callos en sus manos de llevar las pancartas. Y al otro lado, de frente, la burguesía ignorante cómplice por desidia y sumisión gregaria, parásitos de la irrealidad, yonkis del poder, un mundo de cristal y mucha, mucha sangre. Cómplices de rezos, sacristía y confesión. Todo lo peor en una concatenación de fotogramas.

Duele el gesto de esa abuela, con los lacrimales secos de llorar por nada. Una escena que estremece por ver de quién viene el consuelo. Y el hijo del republicano español, mal nacido y mal vástago, de mal perder, y de ganar por las buenas o las malas, amnésico por defecto, y mala persona por obra y gracia del devenir de los tiempos. Hijo de un exiliado, verdugo de quienes acogieron su simiente.

Y todo esto y más inspira esta maravillosa película, dura y repleta de buenas actuaciones. Un sonido complicado, pero que poco importa porque, quizá, sea lo visual lo más hiriente.