Eisenheim vuelve a Viena tras unos años en un exilio forzado por flirtear con una aristócrata, y vuelve por la puerta grande, como un mago de los que nunca se habían visto antes en el lugar. Con unos trucos que dejan a la gente perpleja, como la del crecimiento del naranjo, o la del espejo que muestra dobles imágenes individuales. Todo va bien hasta que se cruza en su camino su amor de la infancia, la razón de su exilio, la prometida del príncipe Leonard, Sophie.

El amor de la infancia vuelve a surgir, se dan cuenta que ese amor sigue intacto, y comienzan a hacer planes entre ellos. El príncipe se entera, y en un arrebato de ira, decide asesinar a Sophie. La policía hace oídos sordos a las sospechas de Eisenheim, que piensa que el asesino es Leonard. Eisenheim inventa un nuevo truco de almas, y el detective decide ir a por el príncipe. Este se suicida, y entonces sucede.

Cuando menos te lo esperas, lo que menos te esperas. Lo que hace que todo sea una maravilla. Así que todos hemos sido víctimas de las ilusiones de Eisenheim, de las imágenes de una cámara de vídeo. Enhorabuena Norton, además de acertar en elegir papeles, los bordas.