El mazo con el que pasó a la posteridad Judas Tadeo fue el de ser tocayo de Iscariote, el de las treinta piezas de plata. La sombra del traidor deja a Tadeo en un segundo plano, ignorado por las escrituras y siendo inspiración de los más imaginativos hechos. El amor por una mujer que ya ama a otra persona es algo así. Cargar con esa cruz. No alcanzar jamás ese brillo en sus pupilas que aquel otro, sin esfuerzo, consiguió. La magia del amor que, en el mejor de los casos, es correspondido; pero que en la mayoría solo es eso, un espejismo.

La modernidad de esta película es increíble. Esa oda feminista del comienzo, desarrollando una historia que es tan actual, que hasta yo la he vivido, de alguna manera… Y esa imaginación… “en el año 2000, tu hijo tendrá 75 años…”. Un grito al futuro de una película que rememora, de alguna manera, a la posterior “Ciudadano Kane”, con ese puente de unión de los flashbacks, la bola de nieve de cristal que deja ver sus copos de nieve ficticios, haciéndonos creer su realidad que no lo es tanto. Es más bien un espejismo.