Las adaptaciones de novelas a la pequeña pantalla corren el riesgo de aparecer como un conglomerado de “corta y pega” que hace complicado ver su visión sin aceptar la irritación que suponen los saltos en el tiempo constantes. Esta losa cuesta arrancarla de la película, pero una vez solventada, cabe entrar de lleno en lo que es la película. Bajo mi punto de vista, está divida en cuatro partes, donde lo más interesante en el último cuarto, siendo además de una terrible crueldad, y el espacio en donde Shirley MacLaine se llevó el Óscar, en su escena pidiendo una inyección. Creo esa es la clave. A veces, en pequeños detalles está la diferencia.

En lo que respecta al reparto, está compuesto por secundarios que no llenan la pantalla, por lo que más allá de Jack Nicholson y la MacLaine, tan solo la atractiva Debra Winger hace creíble su primera parte del guión, pero no llega a completar los registros que se le suponen a un papel que, bien es cierto, era difícil, pero que de haberlo defendido como se esperaba, había albergado una estatuilla.

La valoración de esta película es negativa porque no ha conseguido engancharme a un guión que tuviera algo de intriga. Todo muy manso y pausado, como el marido de la Winger, que mansea a lo largo y ancho del metraje, sin hacernos creer que sea lo inteligente que se le supone a un devorador de libros como él.

Que bajo debió ser el nivel aquel año para que esta película acaparara tantos Óscars…